San Tarsicio, el pequeño mártir (15 agosto)

No podía dejar pasar esta gran oportunidad que se me brinda… Mostrarles la breve e intensa historia de uno de mis santos predilectos. Su fiesta se celebró hace unos días atrás, el 15 de Agosto, pero su día también es el día de la Asunción de la Virgen María. Por ende, no solemos escuchar mucho de este gran testigo de la fe.

Hace muchísimo tiempo, aproximadamente en el año 257 d.C, nacía un pequeño niño romano. Por aquel entonces, los cristianos eran perseguidos… El Emperador Valeriano los buscaba para matarlos. Fueron épocas donde se regó mucha sangre, por eso, los cristianos debían esconderse para celebrar la Santa Misa.

A medida que iba creciendo el pequeño, se iban intensificando las búsquedas y muertes de cristianos, pero nadie se imaginaba el futuro de ese niño. Llegado el día, al fondo de una cueva, de noche, con pequeñas velas que alumbraban lo justo y necesario, realizaban encuentros los cristianos con el Papa Sixto II.

Esa misma noche oscura, al finalizar la Misa, el Papa con su gran voz hizo la siguiente pregunta: “¿Quién se anima a llevar la comunión a nuestros hermanos encarcelados?”. .. Por unos segundos no se escuchó nada más que eso, hasta que un jovencito, con mucho ánimo exclamó: “¡Santo Padre, permítame llevarle la comunión a mis hermanos!”. Sixto II ante aquel jovencito quedó perplejo, al igual que todos en la cueva… Tanto es así que los presentes se miraban entre ellos y no entendían lo que sucedía…

El Santo Padre entra en diálogo con el niño, y decide explicarle que es un jovencito muy valiente pero que era una misión muy peligrosa. Hasta el punto de poder perder la vida, por ende, decide negarle el permiso. El joven, descontento ante esta respuesta, redobla la apuesta, y movido por el Espíritu Santo le dice: “Santo Padre, ¿Cómo sospecharán de un niño inocente de tan solo 12 años? Es más seguro que lleve yo la comunión a mis hermanos antes que cualquiera de esta sala”. Sixto II tras volver a pensarlo, delega la responsabilidad en el niño de llevar consigo el alimento para el alma de los cristianos que estaban a punto de morir…

Al día siguiente, temprano, el joven de tan solo 12 años de edad, tomó consigo la Sagrada Eucaristía, y tras colgársela en el cuello, emprendió el camino. Sobre su pecho se encontraba la comunión, la cual apretaba y protegía con sus manos. A medio camino, mientras recorría la ruta indicada, unos jóvenes que estaban jugando, conocidos de Tarsicio, ven que lleva algo consigo apretado contra su pecho, y comienzan a preguntarse qué era… Descubren que llevaba la comunión a los encarcelados, por lo que corren hacia él, y sin preguntar, lo interceptan para quitarle eso que tenía atado y guardaba contra su pecho. Se burlan del niño, y éste comienza a ser atacado… Le escupen, lo golpean y opta por resistirse, por ello lo tiran al suelo. Lo patean, le pegan en la cabeza, en las manos, en la panza, intentan separar sus manos del pecho, pero no lo consiguen… y al ver que no pueden, deciden seguir apaleándolo. El niño comienza a sangrar, a desfallecer, hasta el punto de que no podía respirar, y justo ahí, en ese preciso instante, llega un soldado de nombre Cuadrado, que decide convertirse al cristianismo a escondidas para que no lo persigan. Cuadrado se dispone a apartar a los chicos del niño, el cual encuentra medio muerto. Después, decide comprobar si puede separar las manos del pecho del niño, y pese a ser tan grandote y fortachón, tampoco logra hacerlo. El niño estaba en sus últimos minutos… no podía ni hablar, por lo que automáticamente el soldado decide levantar al niño del suelo, y llevárselo al Santo Padre…

Sixto II rezaba por el alma del muchacho ,y tirado en el piso, con los ojos llorosos, toma las manos del niño, y sin ningún esfuerzo, logra abrirlas, y sacar de la cajita que llevaba en su pecho la Sagrada Eucaristía. Posteriormente la toma y la lleva a su lugar, le agradece al soldado por sus servicios, y sigue rezando por el muchacho, el cual fue llevado a las catacumbas de San Calixto para enterrarlo…

Ese niño, ese muchacho de tan solo 12 años, llamado Tarsicio, quien defendió con su vida la sagrada Eucaristía, porque su amor por Jesús fue tan grande que no le importó perderla; No le preocupó que sucedería con él, solo le interesó que otros pudieran conocerlo y recibirlo como lo hacía frecuentemente él mismo. Por todo esto, este “pequeño mártir” es patrono de los jóvenes adoradores y de los monaguillos.

La Iglesia necesita testigos. El mundo de hoy está harto de palabras, cansado de discursos… Por eso necesitamos testigos, y necesitamos ser testigos del Resucitado…

San Pablo nos dice: “Sed imitadores mios, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 4,16). Una vida centrada en la Eucaristía tiene en San Tarsicio un modelo perfecto para ser imitado. Nosotros haremos presentes a Cristo en la temporalidad, en la medida en que la Eucaristía sea el centro de nuestras vidas.

Oremos: San Tarsicio: mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas partes demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde está nuestro amigo Jesús, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

Entrada copiada y resumida de la publicación de GABRIEL M. ACUÑA en la web cathopic.com: El pequeño mártir

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«Servid con generosidad a Jesús presente en la Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del Señor y crecer en una amistad verdadera y profunda con él. Custodiad celosamente esta amistad en vuestro corazón como san Tarsicio, dispuestos a comprometeros, a luchar y a dar la vida para que Jesús llegue a todos los hombres… El testimonio de san Tarsicio y esta hermosa tradición nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo valor no se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en alimento, apoyo y fuerza para nuestro peregrinar de cada día, y en camino abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha dejado.
AUDIENCIA GENERAL DE BENEDICTO XVI EL 4/8/2010
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