Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Viernes XXVII del Tiempo Ordinario. Lucas 11, 15-26
Jesús hoy nos plantea dos cuestiones a tener en cuenta: por un lado sentir y vivir que el Reino ya está aquí, entre nosotros; por otro lado, la necesidad de discernir y estar atento a la vida.
Vivir y darnos cuenta de la Presencia de Dios en toda la vida es fundamental, es algo propio de nuestra fe: nuestro descubrimiento y encuentro con el Señor nos hace caer en la cuenta de la Presencia del Padre en nuestra historia, en la vida de toda la humanidad, y nos lleva a descubrir su pretensión: la humanidad entera llamada a ser hijos suyo y hermanos auténticos entre nosotros, poniendo las condiciones que ello nos exige. Una Presencia que es puro Amor, un Misterio que nos ama sin condiciones, y que desea ser amado. Amor que nos pide amar. Sentir así a Dios en nuestra existencia es sentir la presencia de su Reino.
Pero en este existir, Jesús nos indica que estemos alerta, en guardia, en disposición porque el mal sigue acechando, tal vez no nos deje vivir libremente y busca hacernos tropezar en la vivencia del Reino, del Amor sin medida al que somos convocados (de muchas maneras: por nuestra propias limitaciones personales, porque las cosas no van como nos gustaría, por la injusticia que a veces encontramos, por creernos los mejores y más buenos…)
Vivir el amor de Dios, y estar en guardia, discerniendo, buscando ser fieles día a día, caminando en unión con Jesús. Creo que ese es el camino.
Contemplemos hoy este pasaje evangélico viviendo el Reino al que Jesús nos convoca, estando unidos con Él, pidiendo capacidad para discernir.
José Luis, vuestro Párroco