Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miercoles XXVIII del Tiempo Ordinario. Lucas 11, 42-46
Esta maldiciones nos sitúan en un pequeño, o gran, examen de conciencia: ¿Dónde pongo yo mi corazón, pues de este va a surgir mi forma de estar en el mundo? Jesús crítica la vanagloria, el puro aparentar, el cumplimiento desencarnado de la ley, sin tener en cuenta la misericordia y el amor, el pensar que con cumplir ya está todo ganado.
Unido a esto, además podemos ver cómo se presenta a si mismo, cómo se revela: Él no pasa por alto el derecho y el amor a Dios.
En Jesús, y en toda la revelación cristiana, van unidos la justicia (que no es la mera norma legal: el aborto puede ser muy legal, pero no deja de ser un asesinato, por ejemplo) y el amor a Dios.
Nunca podemos separar la dignidad humana (y justicia es todo aquello que la busca, potencia y hace posible), del amor a Dios. Y tal vez, todos aún nos tengamos que convertir de algunos aspectos de nuestra vida.
Dice el Señor que esto es lo que hay que buscar, sin olvidar ser buenos ciudadanos. Tampoco es caer en la tentación de no estar con los pies en el mundo en que estamos.
Hoy se nos convoca a contemplar al Señor como al Maestro de quién vive la búsqueda de la justicia unida al amor a Dios. Vivamos unidos con Él.
José Luis, vuestro Párroco