La vida es un maravilloso regalo que Dios en su infinita misericordia nos ha dado a nosotros, hijos suyos: nos ha otorgado un mundo lleno de aventuras por explorar, completo de belleza por contemplar de la creación, que hace que lo veamos lleno de colores, incluso más colores de los que tiene el arcoíris o de los que podemos imaginar. Pero, a veces los días pueden volverse grises, oscuros, lúgubres, sin color. Sin embargo, recordemos que Dios hace nuevas todas las cosas y nada es imposible para Él ni para los que en Él ponen su confianza.
En nuestra vida cotidiana debemos afrontar diferentes dificultades, unos que otros problemas, lidiar con cosas con las que nos gustaría no hacerlo y cualquier otro contratiempo que se nos presenta en nuestro diario vivir; es entonces cuando la preocupación parece abarcarnos, lo que conlleva a que los colores con los que veíamos la vida, nuestro futuro, parezcan esfumarse y desaparecer por completo, haciendo que la realidad pierda su color, su belleza, lo suyo.
Cuando esto sucede, en el momento y de la forma menos pensada llega Aquél que es capaz de restaurarlo todo, de renovarlo todo: sí, Jesucristo. Dice una canción católica viejita: “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo”. ¡Cuánta razón! Un corazón que tiene a Cristo no debería ni estar triste, ni preocuparse, ni nada por el estilo, porque es Él el que le da sentido a nuestra existencia, es Él el que le devuelve el color a nuestra vida y es Él el que hace que dejemos de ver la realidad con colores grises y tristes.
Queridos hermanos que leen este artículo: acerquémonos a Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre, para que nos dejemos contagiar de su alegría que no tiene fin y que así, regresando al que es todo amor y misericordia puras, volvamos a ver la vida con la misma belleza con la que Dios la ve, con el mismo esplendor con el que la veíamos antes, y no con colores grises y tristes. Dejemos que Jesús sea quien ponga color a nuestra realidad, así estaremos contemplando los verdaderos colores de la realidad.
Reflexión de John Sergio Reyes León, publicada en focus.cathopic.com