Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Martes XXXII del Tiempo Ordinario. Lucas 17, 7-10
Creo que hoy nos habla este pasaje evangélico de nuestra actitud ante Dios y ante el mundo.
Cuando me pongo ante la Presencia del Único y Absoluto, ¿cómo me situo?
Creo que hay dos actitudes fundamentales. Yo intento vivirlas: por un lado encuentro la fuente de la vida, el sentido de la existencia. Pero no de una forma fría, como una teoría que aceptamos. Como una teoría más de la creación del universo (y hay muchas que lo quieren explicar)
Sino también como que esa fuente que «mana y corre», que es fuente viva, que brilla y brota de amor, que es «llama de amor viva», y qué aunque digamos que es agua es mucho más: fuego y agua, luz y hondura increíble… Abismo admirable…
Situarnos con admiración ante Dios: sentirnos siervos que hacemos lo que debemos hacer, sintiéndonos amados y queridos por el amo, el Señor de todo lo que es y existe.
Queridos de forma incondicional, admirable; hoy dirian los chicos jóvenes, alucinante.
Hoy Jesús nos invita a contemplar a este Dios asombroso, del que Él es reflejo, encarnación y presencia, y que está deseando que estemos y vivamos con Él.
Admiremos a nuestro Dios. Estemos en silencio ante la Presencia que da vida a todo, saboreemos su amor.
José Luis, vuestro Párroco