Jesucristo es el Orden y es Quien nos lleva a contemplar la Belleza. Dicho Orden no está limitado a un mero sentido estético de lo exterior, sino que es ante todo un orden interior que implica la disciplina del espíritu, en la que las potencias del alma: memoria, inteligencia y voluntad, como las denomina San Agustín, juegan un rol fundamental.
El desorden en el mundo fue introducido por el pecado, desde ese momento el hombre ha desviado la mirada de Dios, generando así todo un caos en la creación; por ejemplo, si apreciamos la belleza original de la naturaleza nos daremos cuenta de que es el regalo maravilloso de un Autor enamorado, que ha impreso cuidadosamente su huella en cada detalle.
Es injusto culpar a Dios de las obras del hombre, los círculos de miseria, la contaminación, el uso de la violencia, entre otros; no son más que el reflejo de la vida desordenada del ser humano,quien ha buscado una falsa emancipación de Dios, alejándose de Su voluntad, creando un progreso que lo aleja de su ser trascendental.
Así, a partir de la entrada del pecado, la creación entera espera jubilosa un nuevo orden “para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, como lo expresa San Pablo en su carta los Romanos, capítulo 8, versículo 21.
Pero ¿qué es eso de la libertad de los hijos de Dios? El concepto de libertad se ha desfigurado al punto de que hemos llegado a creer que es “hacer lo que quieras”, de esta forma, en nombre de la libertad se cometen gran cantidad de actos que nos alejan del obrar ordenadamente.
Santo Tomás de Aquino difiere profundamente de esta percepción de libertad, atribuyéndole a la libertad un valor positivo, que nos lleva a optar siempre por lo bueno y lo bello; por consiguiente, elegir el mal se constituye en falta de libertad.
Para no conducir al engaño ni a la autodestrucción, la libertad debe estar orientada
por la verdad, es decir, por lo que realmente somos y debe corresponder con nuestro ser.
Puesto que la esencia del hombre consiste en ser a partir de; ser con y ser para,
la libertad humana sólo puede existir en la comunión ordenada de las libertades.
(Benedicto XVI, Verdad y Libertad)
Por su parte, San Ignacio de Loyola al inicio de sus muy conocidos Ejercicios Espirituales expresa que todo discernimiento debe hacerse “con grande ánimo y liberalidad”, denotando así el deseo del Señor de que lo sigamos generosamente, sin imposiciones, con la disposición que nace al descubrirse amado por Dios, habitado por Él desde lo más profundo de la existencia humana.
Por lo tanto, la liberalidad implica dejar de lado aquellos afectos que nos impiden el cumplimiento efectivo y afectivo de la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad
con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad,
así de su persona como de todo lo que tiene se sirva conforme a Su santísima voluntad.
(San Ignacio de Loyola, EE 5)
La auténtica libertad interior nos lleva a renunciar a todo lo que no da fruto abundante, a lo que nos paraliza en el camino de la fe, lo que nos roba la santidad y la felicidad. Toda renuncia debe ir acompañada de una buena dosis de fe y confianza en la Divina Providencia, pues de la mano de la gracia todo se hace más llevadero.
Las renuncias nos llevan al arrepentimiento, a enmendar los errores a través de la contrición, a aborrecer eso que nos aleja de Dios, a ordenar nuestros afectos hacia el Bien Mayor: Dios encarnado por amor a la humanidad.
Soy consciente de que lo descrito en estas líneas puede ser resultar complejo cuando se lleva a la práctica, pero en Jesucristo tenemos el mejor ejemplo de cómo vivir la libertad, pues Él es la libertad misma: no tuvo miedo a dejarlo todo por cumplir la voluntad de su Padre, denunció fuertemente las injusticias de su época, hasta el punto de llamar hipócritas a los fariseos por no vivir la verdad, sabe abandonarse a la Providencia aún cuando no tiene ni un lugar dónde recostar su cabeza, su mayor posesión es la Palabra de Dios que arde con fuerza en su Sagrado Corazón.
Nosotros también estamos llamados a la belleza de esa libertad, pues lo humano está unido a lo divino a través de Cristo. Él es nuestro medio y fin. Si todos empezáramos a vivir la libertad de Cristo en nuestros ambientes, de seguro el mundo sería un lugar de orden, en el que ya no habría lugar para las estructuras injustas. Sólo somos libres cuando cumplimos la voluntad de Dios, ¿te animas a hacer el cambio?
Reflexión de María Paola Bertel, publicada en focus.cathopic.com