Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Martes XXXIV del Tiempo Ordinario. Lucas 21, 5-11
Desde luego que este Evangelio nos viene como anillo al dedo ante la situación actual: «…vendrán revoluciones y epidemias…y espantos en el cielo…»
Para los contemporáneos de Jesús y los Apóstoles, las estrellas, la Luna, el Sol eran dioses. El cielo era signo de estabilidad, igual que la ausencia de guerra. Una sociedad, aunque fuera injusta, pero estable, daba seguridad. Igual que a nosotros.
Pero, de pronto, todo se puede tambalear. Y nos puede entrar miedo. Como ahora nos pasa.
Nos dice el Señor «…no tengáis pánico…», o el muy bíblico «no temáis».
Hoy el Señor nos llama a no tener miedo, y a ir más allá de la realidad aparente, por bella y estable que sea.
Él nos dice que hay una realidad nuestra, muy nuestra, en nuestro interior, donde nada ni nadie puede entrar. Solo Él. Y Él no va destruir, va a dar vida como sólo Él lo puede hacer.
Contemplar hoy al Señor es dejarle entrar en nuestra vida, ir más allá de lo puramente sensorial y saber que estamos en sus manos y en su corazón. Trabajemos aquí por un mundo de hermanos, como Él desea, teniendo nuestra mirada y corazón en Él. Pongamos hoy medios de protección, por supuesto, pero sepamos que estamos en sus manos.
Cuando los «demonios» de la angustia y el miedo, causados por elementos externos o internos, que los hay, comenzando por nuestra propia psicología personal, nos siembren de ansiedad y desconcierto, pongamos en sus manos nuestra persona y nuestro ser, y démonos cuenta, como dice Él, «no vayáis tras de ellos», ellos no son.
Busquemos en Él nuestra paz. Sólo en Él.
José Luis, vuestro Párroco