Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Viernes XXXIV del Tiempo Ordinario. Lucas 21, 29-33
Ojos para ver y corazón para confiar…
Creo que hoy el Señor nos invita a pedir tener ojos para ver. Ver de forma especial.
Como estos días nos ha ido indicando el Evangelio, los tiempos en que estamos son duros: el tiempo en que se escribe el Evangelio era muy cruel con los cristianos y con los más desfavorecidos y débiles…¿y qué tiempo no?
Nuestro tiempo es igual: muy duro. Sin embargo, a pesar de la dureza de este tiempo, el Señor sigue estando presente, muy presente en nuestra historia. Por eso nos hace falta tener ojos para ver, y corazón para confiar. Porque al final, Dios nos convoca a la vida y no deja que el mal y la muerte triunfen en nosotros.
Muchos de nosotros somos unos privilegiados: en mi caminar pastoral me he encontrado con personas cuya vida ha sido un tremendo sufrimiento. Toda la vida viviendo con dolor, angustiados, sin libertad para ser o decir… Y para ellos hay una total esperanza: Dios ha oído sus gritos (muchas veces sin sonidos…), y les promete la vida. La vida plena.
Pero, aún hay más: esa vida plena Él nos la desea regalar, donar, a cada uno. Sus palabras no pasaran, como indica Jesús en este pasaje evangélico.
Sería bueno que este pasaje lo leyésemos despacio, pidiendo esa mirada para ver y contemplar su Presencia, y para confiar en que su Palabra, Palabra de vida, no pasará: nos guarda un sitio en su casa, en su hogar.
Estemos y vivamos unidos a Él. Aquí, ahora y siempre.
José Luis, vuestro Párroco