Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miércoles después de Navidad.
Día 30 de diciembre, VI de la octava de Navidad.
Lecturas: Lucas 2, 36-40
La segunda parte del Evangelio del domingo pasado, continuación del de ayer.
Si con Simeon se me llena el corazón de ternura, con esta figura, Ana, se me desborda.
Apenas se habla de ella. Ella no dice nada, pero lo que indica el evangelista es más que suficiente.
No soy exegeta, experto en Biblia, no obstante, me atrevo a interpretar algo de este pasaje evangélico: Ana es una mujer, con tan solo siete años casada, sin hijos, viuda hasta los ochenta y cuatro años (doce por siete: representa la totalidad del pueblo, y la totalidad de la vida de una persona; pero esta es una persona sin valor, una viuda, mujer sin soporte de una varón, en el mundo bíblico es más que alguien, algo, un ser humano que no es; es decir, la soledad, el desvalimiento, el no valer, ser una excluida en su tiempo, casi sin categoría de persona, esta es Ana; hoy hay muchos seres humanos así…)
Bueno, pues esta mujer, esta persona, es capaz de descubrir a Dios en su vida, en este niño, y esto ya la llena, da plenitud de sentido a toda su existencia.
Ana es admirable. Dios, nuestro Dios, muchísimo más: se acerca a aquellos que parece que no valen, y les llena de vida; se acerca a las zonas de nuestra persona que parecen que están muertas, y nos llena de esa vida, esa liberación que solo Él puede dar, puede realizar.
Hoy podemos contemplar este Evangelio, contemplar a Ana, y pedir a Dios ser como está mujer: acercarle a Él lo que no vale de nuestro ser, y dejar que Él lo llene todo. Él es la fuente de la vida que se nos acerca en un niño, dejemos que nos inunde y nos llene. Estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco