Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Lunes semana III del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Hechos 22, 3-16; Salmo 116; Marcos 16, 15-18
fiesta de la conversión del Apóstol San Pablo.
Es admirable la conversión de Pablo. Un perseguidor que se va a convertir en un gran propagador de la fe: «para mi, la vida es Cristo».
Por supuesto, el relato de la conversión en el camino de Damasco, justamente como delegado para dirigir la persecución a la Iglesia naciente, es admirable.
Creo que nace de un encuentro profundísimo con Cristo Resucitado: este encuentro moldea toda la vida del Apóstol (y le va a costar años reestructurar su vida), pero realmente le va a transformar.
El Evangelio de hoy, solo lo podemos vivir desde la experiencia de este encuentro que nos moldea, nos llena de vida, y hace que nuestros criterios vayan siendo los del amor de nuestra alma, los de Jesús. Igual que le va a pasar a Pablo.
Hoy podemos leer las lecturas desde esta clave: Pablo se deja llenar por Jesús. Pedir al Señor que, igual que Pablo, nos dejemos llenar por Él.
El Evangelio del día es una invitación a vivir con obras y palabras nuestra fe (esto es anunciar el Evangelio), sabiendo que estamos en las manos amorosas de nuestro Dios. E, igual que Pablo, que acude a Ananías, darnos cuenta de la importancia de vivir nuestra fe en la comunidad, en la Iglesia: la comunidad que nos muestra al Señor.
Contemplemos hoy estas lecturas, y pidamos que como San Pablo, el Señor sea el centro de nuestra vida.
José Luis, vuestro Párroco