Vivir el presente es el gran enemigo del hombre, siempre maquinando sobre el futuro, viviendo en el mañana, en el después.
Olvidando que no es de Dios nuestra mentalidad de no vivir en el instante presente. ¿Tienes realmente los pies y el corazón en lo que estás haciendo ahora mismo?
Es en este instante del presente donde Dios se encuentra con nosotros. En tu pasado está la belleza de Su misericordia, en tu futuro está Su providencia. Pero lo grandioso es que en tu presente, si sabes tener el corazón y el alma disponible, está Su gracia.
Dios te da 24 horas al día para que tengas la oportunidad de ser Santo (restando las horas que tienes que dormir y descansar). Sí, en tus quehaceres diarios. Y es la belleza del cristianismo: encontrar el rastro de Dios en tu vida diaria, no tienes que hacer un viaje de muchísimos km para encontrarle. Solo tener Su don para encontrar endecasílabos en tu prosa diaria. Y para llegar a esto, hace falta conocer a Cristo y seguir a Cristo.
En palabras de Jacques Philipe, sacerdote y teólogo, es en el instante presente donde ejercemos auténticamente la libertad, conocemos el pasado del que no podemos cambiar nada y lo dejamos en la misericordia de Dios; tampoco podemos dominar nuestro futuro, es imposible programar la vida, por lo que solo nos queda acogerla un instante tras otro. Por lo tanto, la libertad la ejercemos en el momento presente. Libertad para hacer el bien, para mejor nosotros mismos y cambiar cada día un poquito el mundo, o la libertad mal usada para hacer el mal en nuestro entorno.
Es en el ahora, donde somos libres y donde Dios acude a nuestro encuentro. Dios es el eterno presente, y cada instante, sea cual sea su contenido, está lleno de la presencia de Dios. Y nuestra relación con Él se establece mediante la aceptación de cada instante como el lugar de Su bella presencia. Un atardecer, el disfrute de tu familia, la compañía de un amigo, el estudio, una taza de café, una canción inspiradora… son pequeñas bellezas del día a día que nos regala nuestro Padre para que no nos dejemos de maravillar ante Su obra, que nos la hace presente en cada segundo de nuestra existencia.
Para llegar a tener esta mirada en la cual todo recobra un sentido trascendental, el primer paso es el agradecimiento: sentir que todo lo que hay a nuestro alrededor es un Don de Dios, y se resume en una palabra: gratuidad.
Este concepto me lo explicaron el curso pasado en la Universidad en mi asignatura de Metafísica, y la Gratuidad es una correspondencia ante lo que nos dan gratuitamente. Dios pinta cada amanecer y cada atardecer gratuitamente, por Amor a su creación.
Podemos seguir pensando que un atardecer (por poner un ejemplo) es algo arbitrario o del azar, pero reconocer, agradecer y saber encontrar la obra de Dios en nuestro día a día es la correspondencia de nuestra alma y aquello que nos impulsa a vivir.
Desde hace unos días os contaré algo que he empezado hacer: no dormirme cada noche sin escribir en una pequeña libreta tres motivos del día por los que dar gracias a Dios. Con esta mirada os aseguro que ningún día es simple ni trivial, todos acaban teniendo un color mucho más vivo. Porque la gratuidad nos da alegría interior, y como definía el poeta romántico Friedrich Schiller, la alegría es un estado del alma de origen divino y de manera natural te eleva, te da alas.
Escrito de Beatriz Azañedo publicado en la web: FOCUS by Cathopic