Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Domingo VI del Tiempo Ordinario. Ciclo B
Lecturas: Lv 13, 1-2. 44-46, Sal 31, 1Cor, 10,31-11,1, Mc 1, 40-45
Hay dos facetas de este pasaje evangélico que son fundamentales.
Una es cómo se acerca el leproso al Señor: se arrodilla y le pide. De forma humilde, confiada, le ruega.
Un leproso en aquel tiempo es un maldito: excluido de la vida social, familiar y religiosa. Lo hemos visto en la primera lectura (que desea en tiempos muy antiguos proteger el pueblo; no podemos caer en buenismos: hay que saber entender este pasaje tan duro en su contexto; es más: Jesús con su actitud va a dar plenitud mayor a la revelación: nos va a mostrar qué hace Dios con los excluidos) Y, sin embargo este hombre es capaz de acercarse a Jesús y rogarle. ¿Qué descubriría en Él?
La otra faceta, fundamental, es la actitud de Jesús: le toca (le acaricia, le abraza), y le desea lo mejor: lo quiero, queda limpio. Una postura para contemplar: ¿qué desea Dios para mi?¿qué desea para los demás, para los que me rodean, para el mundo entero?
Hoy podemos visualizar este Evangelio; leerlo y releerlo, hacerlo nuestro. Sentirnos abrazados por Jesús, y sentir cómo Él nos desea lo mejor. Sentir su amor. Y pedirle, como dirá San Pablo, que hagamos lo que hagamos, sea para alabanza de Dios, para sentirnos queridos por nuestro Señor.
José Luis, vuestro Párroco