Los Santos pastorcillos Francisco y Jacinta son dos hermanos que, junto a su prima Lucía, vieron y escucharon a la Virgen María y a los ángeles en el lugar de Cova de Iría en Fátima (Portugal) entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917.
Fueron beatificados por el Papa San Juan Pablo II el año 2000 y canonizados por el Papa Francisco el 2017.
Los dos pastorcitos de Fátima no han sido canonizados por haber sido testigos de las apariciones, sino por cómo vivieron y testimoniaron la fe en sus escasos años de vida, más allá de la oposición, amenazas y hasta castigos sufridos a tan corta edad.
Los dos hermanitos se convirtieron en los primeros niños santos, no mártires, pues murieron pocos años después de las apariciones. Los testimonios indican que la niña Lucía era la que veía y mantenía los diálogos con la Virgen; la menor, Jacinta, escuchaba su voz y Francisco sólo se concentraba en mirarla.
Según los relatos de su prima Lucía –que murió en 2005, a los 95 años y que está en proceso de beatificación-, los niños rezaban, ayunaban, hacían sacrificios y meditaban. Además, sabiendo que iban a morir prematuramente, como les había anunciado la «Señora» en uno de sus mensajes, no se quejaban, sino que seguían rezando, felices de «ofrecer su vida a Dios para la conversión de los pecadores».
Hubo muchos debates y dudas y el motivo del retraso de su beatificación se debió a razones teológicas: “¿A qué edad puede decirse que una persona joven es capaz de realizar actos de virtud hasta el grado heroico?”, era la pregunta que se planteaba la Iglesia.
Cuando fueron beatificados el postulador de la causa destacó su comportamiento durante y después de las apariciones. Francisco y Jacinta siguieron siendo “niños normales que, respondiendo a la gracia de Dios que trabajaba en ellos, demostraron que estaban listos para poner de lados sus intereses personales para satisfacer a Dios y a sus vecinos y lo hicieron con alegría”.
En base a los relatos de su prima Lucía, Francisco era bastante reflexivo, bueno y conciliador, listo para darse a los demás y no peleador. Jacinta, dos años más pequeña era una niña animada y sensible, con un corazón bueno, de carácter dulce y tierno.
Luego de las primeras apariciones y aunque la Virgen les había pedido que mantuvieran el secreto, Jacinta le contó a su madre todo y enseguida el vecindario se enteró del impactante evento. La noticia comenzó a correr como reguero de pólvora. Tanto es así que en agosto de 1917, centenares de personas comenzaron a llegar a Cova de Iría para ser testigos de nuevas apariciones.
Entonces, el alcalde de la localidad arrestó a los niños y los amenazó con freírlos vivos en aceite hirviendo si no admitían que su historia era falsa. Pese a esto y a otras amenazas y castigos, los niños nunca se rindieron, se mantuvieron firmes en lo que había visto y oído y en su fe que fue creciendo hasta su muerte. Por todo esto Francisco y Jacinta han llegado a la santidad; porque a pesar de su corta edad, vivieron conscientemente y en forma heroica las virtudes cristianas.
Fueron dos de los siete hijos de Manuel Pedro Marto y Olimpia de Jesús dos Santos. Jacinta y Francisco eran niños pastorcitos típicos del Portugal rural de la época. No fueron casi nunca a la escuela pues trabajaban como pastores con su prima, pero tenían una profunda vida interior. Habían recibido la fe de sus padres y Lucía, que era un poco mayor, les explicaba las historias de la Biblia. Rezaban a diario el Rosario, después de la merienda, como les habían enseñado en casa.
San Francisco Marto nació en Aljustrel, Fátima, el 11 de junio de 1908. Fue bautizado el 20 de junio de 1908. Cayó victima de la neumonía en diciembre de 1918 y falleció en Aljustrel el 4 de Abril de 1919, meses antes de cumplir los 11 años.
Era un muchacho muy tranquilo, le gustaba la música, y era muy independiente en las opiniones. Su gran preocupación era la de “consolar a Nuestro Señor”. El Espíritu de amor y reparación para con Dios fueron notables en su vida tan corta. Pasaba largas horas “pensando en Dios” por lo que siempre fue considerado como un contemplativo. Siempre pasaba por la Iglesia para saludar al Señor y cuando podía se colocaba cerca del sagrario y decía: «yo me quedo aquí con Jesús Escondido«.
Su precoz vocación de eremita fue reconocida en el decreto de heroicidad de virtudes, según el cual tras las apariciones “se escondía detrás de los árboles para rezar solo; otras veces subía a los lugares más elevados y solitarios y ahí se entregaba a la oración tan intensamente que no oía las voces de los que lo llamaban”.
Santa Jacinta Marto nació en Aljustrel, Fátima, el 11 de marzo de 1910. Fue bautizada el 19 de marzo de 1910. Víctima de la neumonía cayó enferma en diciembre de 1918. Murió en un hospital de Lisboa el 20 de febrero de 1920, unos días antes de cumplir 10 años.
Su vida fue caracterizada por el espíritu de sacrificio, el amor al Corazón de María, al Santo Padre y a los pecadores.
Llevada por la preocupación por la salvación de los pecadores y del desagravio al Corazón Inmaculado de María, en todo veía una ocasión de ofrecer un sacrificio a Dios, como les recomendó el Ángel, diciendo siempre la oración que Nuestra Señora les enseñará: Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos…
Jacinta era de clara inteligencia; ligera y alegre. Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto le impresionó.
Nada le atraía más que el pasar tiempo en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia ante el sagrario: «Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús.»