EL AYUNO EN EL TIEMPO DE CUARESMA
Una de las palabras inseparable a la cuaresma es el ayuno. Ayunar es abstenerse total o parcialmente de tomar alimento o bebida. Pero ¿Cuál es el sentido para los cristianos del ayuno cuaresmal? La Sagrada Escritura y los papas han respondido a esta pregunta para iluminar su sentido profundo.
El alimento verdadero
En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del verdadero ayuno que tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).
La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana. Los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno. Además, es una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Pero ¿sigue teniendo sentido hoy?
El papa Francisco responde en un tuit:
Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, inútiles, a lo superfluo, para ir a lo esencial.
Es buscar la belleza de una vida más sencilla.— Papa Francisco (@Pontifex_es)
En el mensaje para la Cuaresma de este año vuelve a recordar la importancia del ayuno como la vía de la pobreza y de la privación.
El ayuno “vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento.
haciéndola experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).
Benedicto XVI: “No ayuna de verdad quien no sabe alimentarse de la Palabra de Dios”
El papa Benedicto XVI quiso dedicar su mensaje para la Cuaresma de 2009 al valor y el sentido del ayuno que “para los creyentes es una <terapia> para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios”. Porque “privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios. Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos”.
El ayuno, recordaba Benedicto XVI, “significa la abstinencia de alimentos, pero comprende también otras formas de privación para una vida más sobria. Todo esto, sin embargo, no es aún la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir del Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe alimentarse de la Palabra de Dios”.
San Juan Pablo II: “Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo”
También el papa san Juan Pablo II dedicaba la audiencia general del 21 de marzo de 1979 al ayuno penitencial para explicar el significado “pleno” del ayuno en el lenguaje de hoy. “El ayuno no es sólo el “residuo” de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo”.
El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida, tiene también como fin –explicaba el Pontífice- “introducir el desprendimiento de lo que se podría definir <actitud consumística>”. “Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo” explicaba el Santo Padre, y planteaba dos interrogantes: ¿Por qué renunciar a algo? ¿Por qué privarse de ello? el hombre es él mismo también porque logra privarse de algo, porque es capaz de decirse a sí mismo: “no”.
Por eso, ofrecía así la interpretación del ayuno hoy día: “La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que “se alimenta” el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está “hambriento” a su modo”.
Texto tomado de: Cuaresma, tiempo de conversión y esperanza – Conferencia Episcopal Española