El 17 de abril, sábado, la Iglesia conmemora a la beata María Ana de Jesús, copatrona de Madrid.
En la parroquia Beata María Ana de Jesús (Guillermo de Osma, 10) la Misa solemne en su festividad litúrgica dará comienzo a las 13:00 horas del domingo 18 de abril.
La iglesia del convento de las madres Mercedarias de don Juan de Alarcón (Puebla, 1), donde se encuentra su cuerpo incorrupto, acogerá una serie de actos en su honor. El día de la fiesta se exhibirá en el altar la reliquia de la Beata. A las 10 la apertura del arcón donde se encuentran los restos de la beata, que quedará expuestos para la veneración popular hasta las 14 horas y desde las 16 horas hasta las 19:30 horas.
Continuarán con la recogida de alimentos no perecederos. Se podrán entregar de 10 a 14 horas en el atrio del convento, ya que debido a la pandemia no se podrá realizar la tradicional procesión con las congregaciones de Madrid y casas regionales.
Y concluirán con una solemne Eucaristía concelebrada, a las 20 horas, presidida por el Nuncio de Su Santidad en España. Se finalizará con el himno de la beata, y una ofrenda floral.
Todo ello, respetando los límites de aforo y las normas establecidas por las autoridades sanitarias.
Asociación Amigos de María Ana de Jesús
A pesar del COVID-19 mantienen la atención que cada 17 de mes prestan a los indigentes desde este convento a través del reparto de alimentos. Y la ayuda que ofrecen el último viernes de cada mes a las familias enviadas por la Cáritas de la parroquia de San Ildefonso (Colón, 16).
BIOGRAFÍA
Nace el 21 de enero de 1565 en la madrileña calle de Santiago con el nombre de Mariana Navarra de Guevara y Romero. Pertene a una familia acomodada, a muy temprana edad se quedó huérfana de madre, hecho que marcó su vida. Casado su padre en segundas nupcias, ejerció de madre para sus hermanos, lo que la hizo madurar pronto.
Desde muy pequeña mostraba en su vida espiritual un amor especial a Jesús Eucaristía, practicaba austeridades y rezaba con frecuencia. También la Virgen gozaba de sus preferencias. E incluso su Ángel custodio, con quien conversaba a menudo. A pesar de eso, creció como una muchacha normal. Con 22 años, un sermón de un fraile y su espiritualidad apasionada la ayudaron a decidir su vocación. La negativa a casarse y su deseo de apartarse del mundo para entregarse a Dios provocó un gran revuelo en su familia, que no aceptó esa decisión. Recurrieron a los castigos, prohibieron sus salidas… pero ella no cejó en su empeño. Fiel a su decisión, meditada en la oración y respaldada por su confesor, recortó sus cabellos y llegó a desfigurar su boca –practicándose un corte en los labios- con el fin de parecer fea y disuadir a su prometido de casarse con ella, y a sus progenitores de sus empeños casamenteros. Estos la confinaron a una reclusión que duró varios años, viviendo sin salir a la calle, y con distintas privaciones.
La joven lo aceptó todo, incluso los momentos de oscuridad espiritual con que Dios la ‘regaló’ en esta época, con un gran estoicismo y paciencia. Con su forma de vivir demostró que ansiaba vivir alejada del mundo y cerca de Dios.Vivió una vida piadosa y de penitencia, ayudada y dirigida por fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, religioso mercedario que influyó mucho en su vida espiritual.
Con 33 años abandona la casa de su progenitor, para instalarse en una choza contigua a la madrileña ermita de Santa Bárbara, donde moró hasta que su dueña la instó a buscar otro lugar. Los Mercedarios Descalzos le dieron una casita ubicada en el huerto del convento de santa Bárbara, donde vivió hasta el fin de su vida.
La influencia de fray Juan Bautista, unida a su formación académica en el convento Grande de la Merced, ubicado en la actual plaza de Tirso de Molina, hizo que el carisma mercedario atrajera su atención, y que deseara vivirlo con una entrega total. Pero las madres Mercedarias no la dejaron profesar y vivir como una más dentro de la comunidad. Por eso, hubo de contentarse con pronunciar los votos en privado, y vivirlos de manera privada, sin renunciar al hábito de Terciaria de la Merced, que llevaba por obediencia como un símbolo exterior de su compromiso interior.
Gran devota de Jesús Eucaristía y de la Pasión, los éxtasis, las visiones de Cristo y de la Virgen María -con quien conversaba- pronto son del dominio público. Esta mística de la Cruz llegó a sufrir el tormento de la corona de espinas y la hiel y el vinagre, como Jesús crucificado. Pasa su vida dedicada a la oración y la penitencia, y recorre Madrid con su hábito, procurando ayuda a los más pobres, niños, enfermos, cautivos y todo tipo de necesitados, a quienes socorre con limosnas y ayudas materiales. Pide para ellos por mandato de su confesor, algo que le suponía un gran sacrificio. La fama de sus virtudes, y la de las apariciones sobrenaturales y milagros que la acompaña, se extendió rápidamente. Las reinas Margarita de Austria e Isabel de Borbón, y muchas personalidades de la época, acudieron a ella en busca de consejo espiritual.
El rey Felipe IV y miembros de la nobleza se cuentan entre sus devotos. A unos escucha, a otros ayuda con dinero y limosnas, incluso ofreciendo su propia comida, entre otros pone paz, soluciona conflictos, cura enfermedades, aporta consejos… Llega incluso a influir en fundaciones e instituciones. Su labor y su testimonio encuentran la aclamación de las gentes más sencillas. Muchos fueron los corazones y las almas que, con el ejemplo de su vida y su oración, se volvieron a Dios.
Eran conocidas sus premoniciones o ‘visiones’ futuras, que, por ejemplo, ayudaron a que san isidro Labrador llegara a los altares, al animar al embajador de Felipe III, agradecido al santo por una curación, a que fuese a Roma para solicitar la canonización del madrileño, asegurando que a su vuelta traería el Decreto firmado, y que su mujer, enferma crónica, vendría curada.
Fallecida en olor de santidad a los 59 años –el 17 de abril de 1624-, su cadáver fue expuesto al público durante tres días, y miles de devotos acudieron a darle su último adiós. Sus restos fueron enterrados en el antiguo convento de santa Bárbara, donde permanecieron hasta la ocupación francesa. En ese momento, las tropas napoleónicas robaron la arqueta de plata que contenía su cuerpo, regalo de los Duques de Alba. Los frailes, previsores, lograron entretener a los franceses el tiempo suficiente para sacar el cuerpo antes del saqueo, tirándolo envuelto en una sábana a un convento de carmelitas colindante con el convento mercedario. El monasterio de las madres Mercedarias de don Juan de Alarcón solicitó después dicho cuerpo al obispado, siendo entregado por ser de la misma Orden y profesión.
Sus restos fueron trasladados al convento de las Mercedarias (Valverde, 15), en cuya Iglesia permanecieron hasta la guerra civil. El cuerpo de la beata será escondido en una ebanistería, para ser trasladado después al convento de la Encarnación, donde permaneció depositado hasta terminar la guerra. Y una mañana muy fría de invierno fue trasladado, a hombros, por los Caballeros de la Orden de la Merced, al monasterio de Alarcón. El arca que contiene sus restos mortales, instalado en el retablo dedicado a la beata, es un regalo de la Casa de Medina Sidonia. Su cuerpo, que se venera cada 17 de abril, permanece incorrupto.
Entre otros hechos extraordinarios, ayudó a terminar la construcción del convento de las madres Mercedarias en cuya iglesia reposa actualmente, y el de las Carboneras del Corpus Christi, de las monjas Jerónimas.
Aclamada como la ‘santa de los pobres de Madrid’ desde el momento de su muerte, pronto se inicia el proceso de beatificación. Por unanimidad el pueblo llano, los nobles e incluso los reyes se unen dando testimonio de los incontables favores, prodigios y milagros obrados por su intercesión. La gente ‘acude’ a ella en busca de favores. Y se suceden ‘milagros’, como el de las lluvias que hubo en Madrid durante las terribles sequías que sufrieron las dos Castillas en 1613 y en 1624. En ambas ocasiones, la beata permaneció en oración hasta que logró que lloviera.
Beatificada en 1783 por el Papa Pío VI, el 8 de marzo de 2011 se abrió el proceso diocesano de canonización después de que la beata hubiera realizado el milagro de la curación de una niña.