Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miércoles semana XVI del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Mt 13, 1-9
Creo que esta parábola la hemos oído cientos de veces.
Yo me acuerdo que de niño, yendo a catequesis la veía en la contra portada del catecismo: un dibujo, un garabato casi, de un sembrador esparciendo la semilla, y con el texto de la parábola debajo.
Me acuerdo que me impresionaba, la leía, y no le daba ninguna importancia. Ya de adulto he ido saboreando y degustando estas palabras.
Hoy, al leer la primera parte de la parábola, me preguntaba cómo yo acojo la Palabra, y qué tipo de tierra voy siendo. Me deseaba a mi mismo ser como esa tierra que la acoge, y la deja enraizar hondamente.
Desde luego que Dios es el sembrador, que Él deposita su Palabra, su Espíritu, en cada uno; le pedía ser tierra abierta, húmeda, profunda y fértil para dejarla calarme bien hondo. No por un buenísmo (hacer cosas buenas y sonreír tontamente, como un adolescente), sino dejándome traspasar por Él, por su Espíritu. También hoy me brota pedirle paciencia, tiempo, para ir dejando que El sea cada día más en mí. Me dan miedo las conversiones súbitas (un cambio de la noche a la mañana, de pronto), donde la afectividad desmedida e inmadura brilla de pronto (como la semilla entre pedregal), sino que me fío mucho más de la conversión constante, lenta y madura, donde brilla el dar tiempo a las vivencias para que el fruto madure a su momento.
Pidamos hoy a Dios ser tierra que le acoja, y paciencia y constancia para dejarle calar hondo en nuestra vida. Solo estando con Él, dedicándole tiempo, podremos ser ese tipo de tierra. Estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco