Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miércoles semana XVIII del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Mt 15, 21-28
Para mi, uno de los pasajes más bellos del Evangelio.
Me admira como el Señor asume su opción de ser uno más, en todo como nosotros, con todas las consecuencias: como uno de tantos, como uno más, debe ir madurando.
Jesús, Dios hecho hombre, nace, se desarrolla, madura, en unas circunstancias culturales y sociales determinadas: en el mundo judío del siglo I. Con todo lo que ello significa.
Hijo de su tiempo, debe madurar: se le acerca una mujer, y para colmo es no judía, pagana. Los judíos tachaban de «perros» a los no judíos. En clave despectiva: ellos no pertenecen al pueblo de Dios. Y encima, quién se acerca a Jesús es una mujer.
Sin embargo, la fe de esta persona «vence» a Jesús, vence al mismo Dios.
No puedo olvidar que Dios se hace uno como nosotros por puro amor a toda la humanidad. Y por puro amor, tendrá Él mismo que ir madurando y cambiando.
Por esto, al contemplar este episodio, podemos caer en la cuenta de cuánto quiere Dios a nuestro mundo, que hasta se somete al cambio que nos da nuestra maduración, y va mostrando poco a poco el rostro de un Dios para el cual todo ser humano tiene gran valor, nos hace dignos, y nos hace hijos suyos.
Os invito a leer y releer este pasaje evangélico, a descubrir el diálogo entre Jesús y la mujer, a saborear como la oye, la evita, evita así mío a sus discípulos, para al final, ceder ante la confianza. Y podríamos acabar invocando: «Señor, aumenta nuestra fe»
José Luis, vuestro Párroco