Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Martes semana XXVIII del Tiempo Ordinario.
Día 12 de octubre, Nuestra Señora, la Virgen del Pilar.
Lecturas: Lc 11, 27-28
Hace muy pocos días leíamos este pasaje evangélico.
Hoy me gustaría detenerme un momento en el relato de la aparición de María a Santiago en Zaragoza.
Las apariciones son llamadas «revelaciones particulares»: la Iglesia las respeta en la medida en que nos pueden ayudar a vivir la fe, aunque no son dogma de fe.
Parece que el bueno del Apóstol estaba pasando un tiempo malo: su labor apostólica en Hispania parecía que no daba frutos. El hombre estaba hundido, taciturno y cabizbajo junto al río. De pronto, en unas ruina, junto a un pilar, encuentra a María, la Madre de Jesús, que le da ánimo y paz. Ella tendría que estar lejos, en Jerusalem. Pero estaba con él. Falta le hacía.
La verdad es que no sé si sería o no así, pero lo que sí es cierto que todos, desde Santiago Apóstol, a cada uno de nosotros, pasamos por momentos de hundimiento, de bajo ánimo. Las dificultades y la dureza de la vida nos pasan factura a todos. Me imagino que la misma Virgen María también pasaría por estos momentos. Y el mismo Jesús, también.
Nuestra fe nos indica que a pesar de ellos, o tal vez por ellos, Dios está a nuestro lado, con y en nosotros. María es transmisora de esa presencia de Dios.
El Evangelio de hoy en palabras de Jesús llama «dichosos», o bienaventurados a aquellos que viven la Palabra de Dios, igual que María, mujer que la vivió como nadie.
Vivir momentos de oscuridad es plenamente humano. Hoy con este Evangelio y con esta fiesta, Jesús nos invita a vivir sintiendo a Dios muy presente en nuestra vida, y a seguir unidos a su Palabra, como hizo María, y como hizo el mismo Jesús.
Estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco