El pontificado de San León Magno (440-461 ) se desarrolló durante un periodo histórico turbulento. Dos eran los peligros que acechaban principalmente a la Iglesia: uno externo, la presión de los pueblos germánicos, en su mayoría paganos—que resquebrajaban el Imperio; y otro interno, el peligro de cisma por la influencia del monofisismo. San León fue quien detuvo a Atila y a sus huestes a las puertas de Roma, convenciéndoles a retirarse; sin embargo, poco pudo lograr frente a las violencias de los vándalos. En el campo eclesial, su Epístola a Flaviano, dirigida al Patriarca de Constantinopla, tuvo
una importancia decisiva en las definiciones del Concilio de Calcedonia (451), donde se condenó la herejía monofisita, que había llegado a difundirse mucho por Oriente. Además de esta larga carta dogmática (una de las más famosas en la historia de la Iglesia), San León redactó otras muchas. Su epistolario comprende 173 cartas, en su mayor parte escritos dogmáticos, disciplinares y de gobierno. Es característico de sus su estilo conciso y elegante, que une a la brevedad una gran riqueza de
imágenes.
Esta misma preocupación por exponer la verdadera doctrina cristiana se refleja en sus Homilías, predicadas al clero y al pueblo romano con ocasión de las principales fiestas del año litúrgico. Para San León, el ciclo litúrgico tiene una importancia capital en la vida cristiana. La liturgia es como una prolongación de la vida salvífica de Cristo en la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Los cristianos, configurados con el Señor por medio de los sacramentos, deben imitar la vida de Jesucristo en el ciclo anual de las celebraciones. De las noventa y siete homilías que nos han llegado, nueve corresponden al ayuno de las témporas de diciembre, que más tarde formarían parte del Adviento, y doce a la Cuaresma. El resto se centran en los principales acontecimientos del año litúrgico: Navidad, Epifanía, Semana Santa, Pascua, Ascensión y Pentecostés. No faltan algunas
predicadas en la fiesta de los Santos Pedro y Pablo y de San Lorenzo.
La dignidad del hombre. Homilía 7, 6:
¡Despiértate, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza! ¡Acuérdate que has sido creado a imagen de Dios, imagen que aunque corrompida en Adán, ha sido restaurada por Cristo! Usa como es menester de las criaturas visibles, del mismo modo que usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de las fuentes y de los ríos, y todo cuanto en ellos encuentres de bello y admirable refiérelo a la alabanza y a la gloria del Creador. No te entregues a este astro luminoso, en el cual se alegran los pájaros y las serpientes, las bestias salvajes y los animales domésticos, las moscas y los gusanos. Déjense bañar tus sentidos por esta luz sensible y con todo el afecto de tu espíritu abraza esta luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y de la cual dice el profeta: Volveos todos a Él, y seréis iluminados y no cubrirá el oprobio vuestros rostros. Si somos, pues, el templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros, lo que cada fiel lleva en su alma tiene más valor que lo que se admira en el cielo…..
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