AÑO LITÚRGICO 2021-22 CICLO C
El Año litúrgico es un camino para vivir los misterios de Cristo, haciendo memoria de su nacimiento, muerte y resurrección. La Iglesia celebra los “misterios de nuestra fe” e invita a todos los cristianos a sumarnos a este recorrido, guiado por la fe, sostenido por la esperanza y alentado por la caridad.
El Concilio Vaticano II recogió todo un movimiento espiritual de renovación de la vida litúrgica de la Iglesia. Y puso este manantial de vida al alcance de todos sus miembros. Vivir el año litúrgico significa orientar las mejores energías para hacer participar a toda la comunidad cristiana de una manera gozosa y comprometida en la vida de nuestra Iglesia.
El Año litúrgico, un pedagogo que nos ayuda a ser santos
El tiempo litúrgico de la Iglesia tiene su fundamento en la misma realidad del tiempo cósmico, con sus estaciones, el ritmo de los días, las semanas, los años. Pero acoge también la dimensión bíblica del tiempo como espacio lleno de la presencia del Señor de la creación y de la historia. El Año litúrgico no es simplemente un “calendario” es sobre todo la memoria de una “historia de salvación”.
A lo largo de cada año, la Liturgia de la Iglesia celebra el misterio de nuestra salvación, recorriendo los misterios de la vida de Cristo, el Señor. Durante el curso de un año, la Iglesia nos hace entrar en contacto con cada uno de los misterios de la vida de Cristo para actualizar en nosotros la obra de la salvación.
El Año litúrgico comienza el domingo I de Adviento y termina con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Domingo tras domingo, semana tras semana, día tras día y hora tras hora, Cristo actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Iglesia para santificarla (Cf. Ef.5, 26-27).
La doble mesa: de la Palabra y del Pan eucarístico
Hay quien habla de una doble mesa en la Eucaristía: la mesa de la Palabra y la mesa del Pan eucarístico; también podríamos afirmar que se trata de una sola mesa con dos momentos celebrativos fundamentales: la escucha de la Palabra y la comida del Pan eucarístico.
Al servicio de la mesa de la Palabra está el Leccionario. Para vivir el misterio de Cristo a lo largo del Año litúrgico, la Iglesia ha tomado en las manos la Escritura, y, como el padre de familia que da a sus hijos el alimento oportuno (Cf. Mt 24,45), extrae de ella lo nuevo y lo viejo (Cf. Mt 13,52). Así, sigue el ejemplo de Jesús, que continuamente remitía a las Escrituras para referirse a su propia persona y a la obra de salvación para la que había sido enviado (Cf. Lc 4,21; Mc 12,10; Mt 21,42; Jn 5,39).
Este año seguimos el ciclo “C”, de la mano del evangelista Lucas
Todos sabemos que la palabra evangelio significa “buena noticia”. Pero para nosotros la palabra Evangelio nos trae enseguida a la memoria la “Buena Noticia de la Salvación traída por Jesucristo el Señor”: Jesucristo es nuestro Evangelio, nuestra Buena Noticia.
De este acontecimiento, central para nuestra fe, tenemos cuatro versiones, por cuatro evangelistas que explican -como una gran catequesis- a cuatro comunidades la vida y las palabras de Jesucristo el Señor. Mateo, Marcos, Lucas y Juan, no pretenden hacer una biografía de Jesús de Nazaret, sino transmitir a las generaciones futuras la Buena Noticia de la presencia de Jesucristo, Señor y Salvador, en medio de nosotros. Cada evangelista narra esta historia de salvación teniendo en cuenta la comunidad a la que va dirigida.
La Iglesia ha distribuido la lectura de los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) de una forma sucesiva, en tres ciclos: ciclo A (San Mateo), ciclo B (San Marcos), ciclo C (San Lucas). Ellos se van sucediendo cada año. El Evangelio de Juan aparece en los tres años. En este nuevo Año litúrgico, seguimos el ciclo «C», y leeremos fundamentalmente el Evangelio de San Lucas.
Lucas, el evangelista de la misericordia de Dios. La palabra «evangelio» significa «buena noticia»; pero una buena noticia con la suficiente fuerza para cambiar radicalmente nuestra vida. Para los cristianos la verdadera buena noticia, el verdadero evangelio, es la misma persona de Jesús. Los cristianos no somos seguidores de ningún libro. ni siquiera de alguna moral especial. Los cristianos somos seguidores de una persona: Cristo Jesús. Él es la «buena noticia» capaz de transformar definitivamente nuestra existencia.
En los albores del Renacimiento, Dante Alighieri definía a Lucas como el «evangelista de la ternura de Dios». Y, ciertamente, es así. Lucas, como todo evangelista, nos expone la salvación de Jesús y nos invita a seguir sus pasos. Al hablamos de Él, Lucas, nos lo presenta con el rostro de la ternura y la misericordia de Dios.
¿Quién es Lucas?
No estamos en condiciones de reconstruir la biografía precisa de nuestro evangelista, pero podemos esbozar algunos trazos que perfilen su figura. Lucas viviría en la provincia romana de Acaya y participaría de la situación sociocultural del resto de la gente. También en su interior habría echado raíces la desesperanza que anidaba en el corazón de sus convecinos. Algún misionero cristiano -tal vez Pablo o algún discípulo suyo- le anunciaría la buena noticia del Evangelio de Jesús.
Ante el anuncio evangélico. Lucas se siente seducido por Cristo y se decide a seguirlo. Nuestro autor ha encontrado lo único que es importante descubrir en la existencia humana: Cristo es el único Señor de la vida. Lucas abandona la esclavitud que supone la dependencia de los pequeños señores, y se dispone a emprender la gran aventura de su existencia: seguir los pasos del Cristo Vivo.
La tradición cristiana nos cuenta que Lucas era médico y compañero de Pablo. Cuando leemos el tercer evangelio, apreciamos la pluma de un escritor erudito. Un buen conocedor de la lengua griega y un excelente estilista. Al analizar el vocabulario de su texto, apreciamos que unas 400 palabras reflejan una terminología propia del lenguaje de la medicina.
Una vez incorporado a la comunidad cristiana, Lucas se propone escribir un evangelio. Tal vez, en su corazón, se dijera a sí mismo: «Yo he experimentado la salvación de Jesús y me siento liberado por Él. Escribiré un libro en el cual contaré a mis hermanos mi experiencia de liberación. Les anunciaré gozosamente que Cristo es el único Señor. No vale la pena malbaratar la vida para sobrevivir al servicio de pequeños señores».
Observemos bien este detalle. Lucas no se propone realizar una descripción ni una biografía de Jesús. Lucas cuenta a sus condiscípulos una experiencia de fe: “He descubierto que Cristo es el Señor, y quiero anunciaros que tan solo Él libera». Lucas escribe un evangelio. No nos presenta a Jesús para que lo admiremos de lejos, nos presenta al Señor de la misericordia para que nos decidamos a seguirlo llevando la cruz de cada día.
¿Cómo es la obra de Lucas?
La obra de Lucas comprende dos libros: el Evangelio y Hechos de los Apóstoles. El evangelio corresponde al tiempo de Jesús. En él se verifican las promesas del AT, a la vez que se prepara el tiempo dela Iglesia, descrito en el libro de Hechos.
El Evangelio de Lucas se divide en tres grandes apartados:
Primero, el “Anuncio del reino a todo Israel empezando por Galilea” (4.14-9.50). Jesús inicia su ministerio exponiendo su proyecto en la sinagoga de Cafarnaún. En aquella ciudad comienza a predicar. realiza las primeras curaciones y llama a sus primeros discípulos. La acción y la palabra no pasan desapercibidas. Jesús comienza a experimentar las primeras confrontaciones con los fariseos y con los garantes del sistema vigente. Elige a los Doce y con ellos comienza predicar a las multitudes. Las palabras de Jesús se convierten siempre en misericordia para con todos: La misericordia de Jesús se manifiesta como curación y perdón.
Los Doce reciben el encargo de salir a los caminos para predicar la Palabra y expulsar demonios. Jesús se transfigura ante sus discípulos, y ellos se entusiasman al contemplar la auténtica identidad de Jesús. El Señor les advierte que seguirlo a Él es un camino duro, su senda conduce a Jerusalén, lugar de persecución y muerte.
Segundo, “El gran viaje de Jesús a Jerusalén”(9.51-19.28). Jesús emprende, juntamente con sus discípulos, el largo viaje hasta Jerusalén. Todo el tiempo de este camino constituye una gran catequesis de Jesús a sus discípulos. De alguna manera podríamos decir que Jesús. en esta sección del evangelio. se transforma en «Palabra». Una palabra que va instruyendo profundamente a sus seguidores y los prepara para el tiempo de la Iglesia. Subiendo a Jerusalén, el Señor recuerda a sus amigos las exigencias de la vocación apostólica, y les indica el premio de la tarea evangelizadora: «Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo» (10,20).
La enseñanza de Jesús recorre todos los campos de la existencia cristiana: oración, sinceridad, pobreza, servicio, conversión, misericordia, renuncia, humildad, corrección fraterna, responsabilidad, y sobre todo, el gran mandamiento del amor (10,27). Esta enseñanza la expone con numerosos discursos y parábolas, poniéndola en práctica con algunos milagros.
La palabra de Jesús no es neutra, engendra conflicto. Con rapidez crece la oposición a Jesús en todos los círculos que detentan el poder: fariseos, maestros del la Ley y, en definitiva, todos aquellos que viven apegados a las riquezas.
Tercero, “La narración de la Pasión y Resurrección de Jesús”(19,29-24,53). Jesús entra triunfalmente en Jerusalén, pero ese gozo se trastoca rápidamente en sufrimiento. Enseguida comienza la confrontación con el Templo y sus instituciones. Durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte de los Olivos; y todo el pueblo madrugaba para ir a donde Él estaba y escucharle (Cf. 21,38).
Los dirigentes no pueden soportar la liberación que las palabras de Jesús suscitan en las masas. Después de celebrar la Pascua con sus discípulos, Jesús se dirige al monte de los Olivos. Allí es detenido y conducido ante el Sanedrín, y después ante Pilato y Herodes. El Procurador romano lo condena a muerte, y Jesús emprende el camino del Calvario. Jesús muere en la cruz y es enterrado en un sepulcro próximo.
La muerte de Jesús no significa la última palabra en su existencia. El primer día de la semana las mujeres van al sepulcro con los aromas que habían preparado. Pero encontraron retirada la piedra que cubría la entrada de la tumba. Entraron en el sepulcro pero no hallaron el cuerpo de Jesús. Se presentaron ante ellas dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?; no está aquí, ha resucitado”. (cf. 24,1-5). Jesús resucitado se aparece a los discípulos y después de darles las últimas instrucciones, asciende al Cielo.
Esos tres grandes bloques van precedidos de dos fragmentos a modo de preludios:
Primero, “Los relatos de la infancia de Jesús”(1,5-2,52). Los dos primeros capítulos de la obra de Lucas constituyen una especie de prólogo a todo el evangelio. El autor concentra en esta sección un buen resumen de las características personales de Jesús: Él es el Señor que actúa desde la misericordia. Pero su vida no va a ser fácil ni triunfal ante los ojos humanos; las profecías de Simeón y Ana prefiguran el sufrimiento que le aguarda por proclamar el reino.
El personaje más significativo de esos capítulos es María, la madre de Jesús, desde cuya mirada se contempla el auténtico origen y el futuro ministerio del Señor. Al narramos los acontecimientos de la infancia, el texto los va contraponiendo a los sucesos que acaecen en la vida de Juan el Bautista. Destacando que Juan es el precursor del Señor, y mostrándonos a Jesús como el que lleva a término la plena voluntad de Dios.
Segundo, “La predicación de Juan Bautista y las tentaciones de Jesús en el desierto”(3.1-4.13). Podríamos afirmar que esta breve sección tiene un triple significado: Nos presenta la figura de Juan Bautista (3,1-22). El profeta que llama a la conversión y prepara el ministerio de Jesús. Además, mediante una genealogía (3,23-38) nos resume el tiempo de Israel: los avatares del pueblo judío a lo largo del AT y su espera anhelante del Mesías. Y por último, en el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto (4,1-13) adquieren significación programática: los habitantes de Palestina esperaban la pronta llegada del Mesías, el enviado de Dios que pondría remedio a los males que aquejaban al pueblo. Las gentes esperaban que el Mesías prometido actuaría bajo un triple aspecto: seria alguien deslumbrante que ejercería su función mediante el poder y la riqueza. En definitiva es el Mesías que deseamos todos, y el que, sin damos cuenta, anhelamos en nuestro interior: el afán de poder, el ansia de tener y el deseo de aparentar. La narración de las tentaciones nos indica que Jesús es el Mesías; pero no va a actuar con las características mesiánicas que la sociedad de su tiempo esperaba. Jesús ejercerá su mesianismo desde la humildad, la actitud de servicio y la experiencia de una vida compartida con todos.
La persona de Jesús en el evangelio de Lucas
Cada uno de los cuatro evangelistas tiene un modo peculiar de presentar a Jesús. Mateo nos lo muestra como el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Marcos -en el principio y final de su texto- nos lo describe como Hijo de Dios. Juan. en el poético prólogo de su obra. nos lo presenta diciendo que es la Palabra. Lucas nos muestra a Jesús como el Señor. El término aparece en todo el texto lucano, desde los relatos de la infancia (2.10-11) hasta las narraciones de apariciones (24.3-34).
¿Qué sentido tiene llamar a Jesús el Señor? Cuando se busca la salvación en el servilismo dirigido a los pequeños señores de la tierra, aumenta la desesperanza y el desaliento. Lucas presenta a Cristo como el verdadero Señor. El único en quien vale la pena creer, el único que sal- va; el único que puede dar sentido a su existencia.
Jesús es el Señor que salva y libera. Aparece aquí un segundo aspecto de Jesús: Él es el Salvador. En todo el evangelio se observa la salvación que Jesús ha venido a otorgamos. Jesús es el Señor que salva. Pero su salvación no se realiza desde el poder ni desde el tener, ni tampoco desde la apariencia deslumbrante. Jesús es el Señor que salva actuando desde la misericordia y la ternura con los pobres y los débiles.
El Dios Misericordioso ha sido considerado como el tema fundamental en este tercer evangelio. Basta echar una rápida ojeada a las parábolas de la misericordia (Lc 15). Y a todas las escenas de perdón. Pero nuestro vocabulario cotidiano confunde, habitualmente, el significado de dos palabras: «misericordia» y «lástima». Ambas voces tienen un significado muy distinto.
La palabra «misericordia» se origina en la lengua latina y es el resultado de la suma de dos términos distintos: “miser” que significa «pobre», y “corda” que traducimos por «corazón». La «misericordia» es la capacidad de entregar algo de mí mismo a la pobreza del corazón de mi hermano. Así actúa siempre Jesús: al corazón pobre de la pecadora, Jesús le entrega el perdón; a la mirada deshecha de Pedro en las negaciones, Jesús la llena con el consuelo; el sufrimiento desesperado del buen ladrón en la cruz lo colma el Señor con la certeza de reino. La misericordia pasa siempre por el esfuerzo de arrancar algo de mí, para que sirva al crecimiento humano del otro. La lástima, sin embargo, implica darse cuenta de la pobreza del otro y sentir, por qué no, remordimiento ante el dolor del hermano. Pero la lástima acaba siempre por pasar de largo ante el sufrimiento del prójimo y tolerar que el estado de opresión se mantenga de manera permanente. La misericordia es una gran virtud, la lástima no pasa de ser un triste defecto.
Cristo, el Señor que libera desde la misericordia, se caracteriza -especialmente en este evangelio-, por una actitud constante de plegaria: el contacto permanente y fiel con el Padre. En los momentos cruciales de su vida el texto muestra a Jesús en actitud de profunda oración: en el bautismo (3,21); durante la predicación (5,16); al elegir a los Doce (6,12); antes de exigir a los discípulos una opción radical (9,18): durante la transfiguración (9,28-29); la relación filial de Jesús (11,1); Getsemaní (22,39-46); etc.
A la vez que es ejemplo de actitud orante, Jesús recomienda la oración a todos sus seguidores (11.5-8; 18.1-8). Así como Jesús es el gran protagonista del evangelio, el Espíritu Santo lo es del libro de los Hechos. Pero también en el evangelio se halla presente la acción del Espíritu. Destaca la relación del Espíritu con la persona de Jesús (4,1.14-18; 10,21); Y también con la comunidad creyente (1,15.41.67; 2,25-27; 11,13).
Un Evangelio profundamente mariano
La razón nos mueve a buscar la verdad pero quien realmente la encuentra es el corazón. El Evangelio necesita ser comprendido y vivido desde la fe. La actitud de fe es la que nos permite experimentar a Jesús como el Señor que actúa en nuestra vida desde la misericordia, y nos permite conocerle a través de la plegaria constante.
Los evangelios están poblados de personajes que son ejemplos para la comprensión de la salvación que Jesús nos otorga. En el Evangelio de Lucas, sobresale la figura de María.
Los relatos de la infancia de Jesús (1,5-2,52) colocan ante nuestra mirada el rostro de numerosas personas: María, Zacarías, Isabel, José, Simeón, Ana. En ellos se encarna ejemplarmente la fe y la esperanza de Israel y la redención de Jerusalén (2,25.38). Ellos esperaban con pasión la llegada del verdadero Mesías libertador de su pueblo. De todos estos personajes el más importante es, sin duda, María. María es el ejemplo de la humildad y de la pobreza necesaria para captar el sentido profundo del Evangelio. Por ello, una de las páginas más bellas del Evangelio de Jesús, es de la oración de su Madre, hecha Cántico en el Magnificat (1,46- 55).
No todos los tiempos litúrgicos tienen igual peso e importancia. La primacía la tiene el sagrado Triduo Pascual, la conmemoración de Cristo muerto, sepultado y resucitado: todos los tiempos litúrgicos convergen en la Pascua y de ella reciben la luz y significado.