Este domingo pasado, 28 de noviembre, la Iglesia universal ha celebrado el primer domingo de Adviento, un tiempo que, como se recuerda en el Ceremonial de los obispos, tiene un doble carácter: por un lado, es el tiempo de la preparación para la Navidad y además los días en los que «las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos». De ahí que se presenta como un momento de «devota y alegre expectación».
Desde la Delegación Episcopal de Liturgia dan las claves para vivir estos días. La palabra Adviento procede del latín adventus, que primitivamente se aplicaba a la venida de un personaje, particularmente del emperador. La Iglesia lo aplicó a Cristo. Si, además, nos fijamos en que el término griego para esta palabra es parusía, entenderemos mejor que este periodo haya sido asumido por la liturgia también como la espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo en su definitiva aparición al final de los tiempos.
Así pues, desde el comienzo la liturgia juega con el paralelismo de las dos venidas de Cristo: una primera venida, en la humildad de la carne; y una segunda, en la majestad de la gloria, como se refleja en las oraciones litúrgicas de estos días.
Huir de la dispersión de las fiestas paganas
Históricamente, este tiempo nació de modo disperso, ya que en sus inicios no se celebraba de igual modo en Roma, en Francia o en España. Por ejemplo, en España, antes de la adopción de la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre, un canon del Concilio de Zaragoza, en torno a los años 380-381, invitaba a los fieles a acudir a la asamblea durante las tres semanas que precedían a la fiesta de la Epifanía, a partir, por tanto del 17 de diciembre.
Se invitaba a los cristianos a huir de la dispersión de las fiestas paganas y parece que se trataba de un periodo de preparación para recibir el sacramento del Bautismo en la Epifanía, que también celebraba el Bautismo del Señor. Posteriormente, el rito hispano conocerá un tiempo de Adviento de seis semanas. Roma conoce el Adviento solo hacia el siglo VI, y en el pontificado de san Gregorio Magno (590-604) se pasa definitivamente a las cuatro semanas.
Actualmente, en este tiempo cabe distinguir un primer período, que se extiende desde el primer domingo de Adviento (el domingo más cercano al 30 de noviembre) hasta el 16 de diciembre, y un segundo periodo que va desde el 17 al 24 de diciembre. Durante los primeros días las oraciones y las lecturas se refieren a los pasajes que anuncian la llegada del Señor como Mesías y juez al final de los tiempos, dando gran cabida a los profetas, entre los cuales destaca Isaías y Juan Bautista, el precursor, personaje típico del Adviento que indica la presencia del Mesías.
A partir del 17 de diciembre, la oración cristiana se centrará en la preparación inmediata del recuerdo del nacimiento del Salvador. Son días en los que se proclaman los textos evangélicos de la infancia, según san Mateo y san Lucas, evangelistas del nacimiento del Señor y de su preparación. María adquiere un singular protagonismo en estos días, especialmente en el cuarto domingo. A lo largo de este tiempo aparece como Hija de Sion, sierva del Señor o nueva Eva. Asimismo, es imagen de la Iglesia, que espera y anhela al Señor.
Espera gozosa
Aunque a lo largo de la historia han existido épocas en las que el Adviento adquirió una fuerte connotación penitencial, a imitación de la Cuaresma, sin olvidar la dimensión de conversión y preparación, se insiste más en la gozosa espera de la venida del Señor. Desde este punto de vista, la moderación que se pide con respecto a la utilización del órgano y de otros instrumentos musicales o en el adorno con flores, corresponde, más que a una norma penitencial, a una contención de la plena alegría que se vivirá en la Natividad del Señor.
De este modo, retener un gesto litúrgico durante un tiempo permite que se destaque más su valor cuando se recupera, como ocurre, por ejemplo con el canto del Gloria o como puede hacerse también con el intercambio de la paz.
Desde el punto de vista pastoral es interesante que nuestras parroquias fomenten el cuidado de la espiritualidad de estos días; algo que se puede hacer desde varias perspectivas:
Desde una lectura orante y sosegada de la Palabra de Dios que la Iglesia propone durante estos días.
A través de charlas de formación litúrgico-espiritual, que expliquen el sentido y el modo de vivir este tiempo.
El fomento de la celebración del sacramento de la penitencia, como invitación a la conversión ante la espera del Señor.
La colocación y bendición de la corona de Adviento.
La corona, en lugar destacado
Al comenzar el tiempo de Adviento, se recomienda la colocación de la corona de Adviento en un lugar destacado de las parroquias y otros lugares de culto. Como signo que expresa la alegría del tiempo de preparación a la Navidad, es símbolo de esperanza, de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, ya que el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y con su muerte nos ha dado verdadera vida.
Además, como recuerda el Bendicional, la corona encierra en sí varios símbolos: en primer lugar, la luz, que señala el camino, aleja el miedo y favorece la comunión; y para los cristianos es símbolo de Jesucristo, luz del mundo, tal y como se expresa en este pasaje de la Sagrada Escritura: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60, 1).
En segundo lugar, el color verde de la corona significa la vida y la esperanza. En tercer lugar, el hecho de encender cada semana los cirios de la corona pone de relieve la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de Navidad.
Nuestras celebraciones no deben desaprovechar la posibilidad de utilizar este gesto, introducido progresivamente en los últimos años, que ayuda a subrayar el valor pedagógico de la liturgia durante este tiempo. Por eso, conviene bendecir la corona al comienzo de la celebración eucarística del primer domingo de Adviento, tras el saludo inicial, suprimiendo el acto penitencial. La bendición, cuyo texto se reproduce a continuación, puede ser precedida de una breve monición explicativa y seguida por un canto apropiado.
Oración de bendición de la corona de Adviento
Oremos. La tierra, Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo, te pedimos, Señor, que mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona, con nuevas luces, a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Propuesta de monición para encender la corona
Primer domingo. Encendemos, Señor, esta luz, como quien está en vela aguardando la llegada del Señor. En esta primera semana de Adviento nos preparamos con alegría para que la venida de Cristo disipe las sombras y tinieblas de nuestra vida y reconozcamos que la salvación está más cerca de nosotros. La primera vela de esta corona nos orienta a caminar hacia esa luz, que refleja a Cristo, luz del mundo, que nos atrae hacia sí.
Segundo domingo. Del mismo modo que el profeta Isaías anhela la llegada de un tiempo de paz y San Juan Bautista nos invita a preparar el camino del Señor, nosotros encendemos estas dos velas, reavivando la esperanza del cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas de Israel. Que estas luces nos impulsen a disponernos con nuestra vida para llegada del Señor.
Tercer domingo. Uno de los signos que muestran a Jesús como luz del mundo es el devolver la vista a los ciegos, como escuchamos en el Evangelio de este domingo. Que estas tres velas que hoy encendemos sean signo de la alegría de saber que el Señor está muy cerca y de que pronto podremos contemplar su gloria: él viene en persona para abrir los ojos a los ciegos y hacer caminar a los cojos.
Cuarto domingo. María, la virgen encinta que va a dar a luz un niño, representa el modelo de la Iglesia que vive en la espera confiada en el Señor. Estas cuatro velas que hoy encendemos nos indican que el cumplimiento de las promesas está a punto de realizarse y que el Enmanuel, el Dios-con-nosotros, se hace presente en medio de su pueblo.
La corona en las familias
Igualmente las familias pueden poner una corona de Adviento en sus casas. En este caso, no es necesaria llevarla a la iglesia para bendecir, pero sí se puede hacer en familia la bendición anteriormente señalada.