«Pues sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón». (Jeremías 29, 11-13)
“Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza. Una esperanza que no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones». (Romanos, 5, 2-5)
“A quien me pregunta por qué soy un hombre de esperanza, a pesar de la actual crisis, les respondo: Porque creo que Dios es nuevo cada mañana. Porque creo que está creando el mundo en este mismo momento. No lo ha creado en un pasado nebuloso, dejándolo en el olvido desde entonces. Está sucediendo ahora; por eso tenemos que estar dispuestos a esperar lo inesperado de Dios. Los caminos de la Providencia son absolutamente sorprendentes. No están en los pronósticos de los sociólogos. Dios está aquí, junto a nosotros, imprevisible y amoroso. Soy hombre de esperanza y no por razones humanas ni por un natural optimismo, sino sencillamente porque creo que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en el mundo, incluso allí donde su nombre es ignorado. Soy optimista porque creo que el Espíritu Santo es siempre el Espíritu creador que ofrece cada mañana, a quien sabe acogerlo, una libertad nueva y una gran dosis de alegría y de esperanza. La dilatada historia de la Iglesia está llena de maravillas del Espíritu Santo… Juan XXIII fue una de ellas. El Concilio, otra. No esperábamos ni al uno ni al otro. ¿Quién se atrevería a decir que la imaginación y el amor de Dios se han agotado? Esperar es un deber, no un lujo… ¡Felices los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su sueño tome cuerpo en la historia de los hombres!” Cardenal Suenens (1904-1996) – Bélgica