Y el hombre dijo: hagamos a Dios a nuestra imagen y semejanza

Está tan latente en nuestros días el afán de que Dios se adapte a nuestros intereses y expectativas que es muy fácil desdeñar verdades que antes se consideraban irrefutables.
Basados en esto podríamos considerar que la verdad está en crisis, pero realmente lo que vivimos hoy no es más que la crisis del hombre trascendente.

El orden se ha invertido. Tan es así que parece que ya no es el hombre quien es hecho a imagen y semejanza de Dios, sino el hombre quien moldea a Dios a su imagen y semejanza.
No obstante, este no es un problema moderno, ya que, desde el pecado original, Adán y Eva tenían este deseo de usurpar el lugar de Dios.


La serpiente dijo a la mujer: «No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.  GÉNESIS 3, 4-5


Este anhelo desordenado rompe con la belleza de la lógica divina, y, por tanto, el hombre se separa de “su bien verdadero” (CCE # 1704).
Si bien este deseo en el corazón del hombre no se ha originado en nuestros días, sí puede afirmarse que se ha exacerbado con el tiempo, especialmente en la manera en que ideologías nocivas se han inmiscuido en el corazón del hombre, llegando a influir en la manera en que se relaciona con sus semejantes, su entorno cercano, y en la forma en que concibe la realidad.

Se ha eliminado a Dios como Bien Supremo, y en su lugar se ha puesto a la criatura.
Se han encumbrado valores como la libertad y la tolerancia como aspiraciones máximas del hombre.
La adoración ya no es exclusiva de Dios; ahora le pertenece a una multitud de objetos, prácticas, estilos de vida, personas…
Se ha cancelado lo que estorbaba al “progreso”, como las relaciones basadas en el compromiso y la familia, robándose así la belleza original del hombre.

Y no es que el hombre haya dejado de ser religioso, pues decir que se es espiritual pero no religioso es una falsa dicotomía muy común en nuestros días.
Tal y como lo expresa el Catecismo, el hombre tiene inserto en su ser la naturaleza de ser religioso, puesto que carga en su corazón el deseo de Dios (cfr. CCE # 27).


De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso.  CCE # 28


El rechazo a cualquier forma de autoridad es otra manifestación de esta crisis, especialmente si desdeña todo dogma o verdad, pues para el hombre posmoderno no existe lo absoluto: todo es relativo, construido socialmente, en obediencia a intereses subjetivos.
Sin ser consciente de ello, el hombre camina sin un horizonte fijo, inmerso en un profundo vacío existencial.

Así, se concibe al hombre “racional” de nuestros días como aquel que tiene a la nada como verdad absoluta, como sujeto “libre” de preconcepciones, que no está relacionado con ninguna institución religiosa.

G. K. Chesterton en «El error de la imparcialidad» lo expresa de la siguiente manera:
«En discusiones modernas sobre religión y filosofía existe la misma suposición absurda de que un hombre es de alguna manera justo y bien preparado porque no ha llegado a ninguna conclusión, y de algún modo es retirado de la lista de jueces justos el que ha llegado a una conclusión. Se asume que el escéptico no tiene prejuicios cuando tiene un prejuicio muy obvio a favor del escepticismo.»

Pero ¿qué ha llevado al hombre a esta indiferencia hacia la verdad? En definitiva, si el hombre quiere ser su propio dios no le interesa ningún otro dios por fuera de él.
Consecuentemente, la auténtica revolución de nuestros días es propiciada por los hombres con convicciones, los hombres de fe, aquellos que han decidido no atar su existencia a la nada, los que buscan en todo la belleza por ser imagen y semejanza de Dios.

No tengas miedo a defender la Verdad en un mundo que la mira con desprecio, ¡Nuestro Señor ya ha vencido por nosotros!


Artículo tomado de: www.focus.cathopic.com  escrito por: María Paola Bertel.


Las siglas «CCE» remiten a los números del Catecismo de la Iglesia Católica  www.vatican.va