La secuencia es una composición litúrgica en forma de poema interpolada tras la última nota con la que se concluía el aleluya (neuma denominado jubilus). El jubilus era la prolongación musical que permitía gustar y expresar largamente la alegría de la alabanza del aleluya. San Agustín hablaba de él: «El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo» (Com. al salmo 32).
Con el tiempo se sintió la necesidad de dar contenido a esa melodía: surge así la secuencia. Es una pieza extrabíblica y de inspiración privada que se introdujo en la liturgia. Probablemente su origen está en Bizancio y desde allí la introdujeron en Suiza los monjes griegos. A Notker Balbulkus († aprox. 1050), de la abadía de Saint-Gall, famoso compositor de secuencias, se atribuye normalmente el invento de la secuencia misma aunque más probablemente haya que atribuirle su desarrollo en forma de canto interleccional.