Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Martes de la Octava de Pascua.
Lecturas: Jn 20, 1-18.
Este pasaje evangélico es una maravilla. Para leer pausado, leer y releer, visionarlo, y dejarnos inundar por él. Descubrir un día más los sentimientos de Cristo, y de la mujer que se siente amada por Él. Nos podemos sentir hoy identificados con esa mujer. Somos esa mujer.
Jesús hoy se nos revela como el triunfador sobre la muerte, inquieto y compasivo ante la persona que llora, llena de dolor; la conoce, la llama por su nombre, y la envía a anunciar que está vivo a aquellos que sufren, aunque le hayan traicionado y dejado sólo.
No le importa la pobreza de sus discípulos, les da a conocer que está vivo, que su propuesta y su forma de vida vale la pena, el Padre la ha validado al levantarle de entre los muertos. Ni le importa su pobreza, su debilidad, o su pecado: Él es Amor que ama intensamente; lo que vivía antes y manifestaba en su deambular por este mundo, ahora lo ratifica de forma distinta, pero con el mismo sentido: amar vale la pena. No hay reproche, si hay mucho mucho amor.
A la vez, se manifiesta distinto de nosotros: mi Padre y vuestro Padre. Distinto, y muy cercano, llamándonos por nuestro nombre, de la forma que solo Él lo sabe hacer.
Un Evangelio para leer despacio, y dejarnos embargar por Él. No hay reproches, si mucho amor.
José Luis, vuestro Párroco