Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Lunes XXVI del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Lc 9,46-50.
Hoy Jesús lo cambia y transforma todo.
El niño en el mundo judío digamos que «no vale nada». Tan solo cuando adquiere la mayoría de edad es considerado persona. Antes es como una propiedad del padre.
Ante la disputa de los discípulos, Jesús propone la figura de un niño. Jesús es así: no busca el reconocimiento de los demás, sino que tiene valor en sí mismo. Su dignidad no depende de su importancia, sino del hecho de ser persona, por tanto, hijo de Dios. Es una persona que hace el bien, que «expulsa demonios».
Hoy Jesús se nos revela como alguien que no busca reconocimientos, sino alguien que es; por ello porta al que es en sí mismo, al Padre Dios. Y este Padre Dios, tan íntimamente unido a Jesús («quién me recibe, recibe al que me ha enviado»), nos empuja, nos inspira a hacer el bien, a expulsar demonios. Quién obra en favor de los demás, está inspirado por el mismo Dios (aunque no lo reconozca más de una vez).
Hoy podemos contemplar así a Jesús: unido al Padre, esto es lo importante, inspirado a hacer el bien. Convocados a ser como Él.
José Luis, vuestro Párroco