Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario.
Lecturas: 2 M 7, 1-2.9-14; Sal 16; 2 Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38.
Hoy Jesús se revela como el Dios de los vivos, el Dios de la vida.
Si vamos leyendo despacio las lecturas, despacio y contemplativamente, podemos descubrir a este Dios.
Por un lado, la entrega confiada y radical de unos chicos que se entregan hasta la muerte por ser fieles a Dios. En aquel tiempo el «judaísmo oficial», más o menos siglos IV y III antes de Cristo, no cree en la vida despues de la muerte. Sin embargo, estos jóvenes se entregan hasta la muerte confiando en la lealtad de Dios.
El Apóstol nos invita a descubrir y vivir a ese Dios que da fuerza y vida.
Jesús revela como es ese Dios: un Dios que nos convoca a la vida. Una vida distinta de las limitaciones de esta, pero una vida plena para todo ser humano, de antes, ahora y después.
Podemos leer despacio estas lecturas, saborear el Evangelio, y retener en la cabeza y el corazón esas últimas palabras de Jesús: «Todos están vivos».
Estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco