Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
domingo VII del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Lev 19,1-2.27-1; Sal 102; 1 Co 3, 16-23; Mt 5, 38-48.
Unos textos preciosos que nos revelan un día más cómo es Jesús, como es Dios.
El Levítico es admirable: Dios Santo, cuya esencia es amor, que llama a la santidad. Ser como Dios es amar. El texto lo concreta.
El Evangelio es aún más admirable: Jesús el plenamente Santo, que se atreve a «modificar» la Palabra de Dios, la ley, invitando a amar en plenitud. Cómo Él mismo indica, «se dijo, pero yo os digo…» Y lo que aporta, la plenitud de la ley, es muy especial: su propio ser.
La perfección evangélica no es nunca errar, sino ser como Dios, misericordia, amar.
Como dice Pablo, somos templo de Dios. Él habita en nosotros. Dejemos que El nos inunde, y dejemos que su esencia, el amor, nos invada. Dios un amor que nos ama incondicionalmente, que nos convoca a amar.
Son textos para leer despacio, saborear, contemplar…en definitiva, para contemplar a Jesús, admirar al único Maestro, estar con Él.
José Luis, vuestro Párroco