Estar con Él en el Jueves Santo

Queremos estar un rato con Jesús en este Jueves Santo. No tengamos prisas, soseguémonos. Junto a Jesús, el tiempo tiene sabor de eternidad. Son muchas las cosas que tenemos que recordar, agradecer, pedir… Son, sobre todo, muchas las cosas que tenemos que escuchar. Necesitamos tiempo para “estar”. En silencio, sintiendo su presencia. Es una hora para prolongar la contemplación del amor inmenso que hemos celebrado esta tarde al recordar su Cena. Abrámonos a ese fuego misterioso que no se apaga, sino que crece y nunca muere. Escuchemos y miremos, miremos a Cristo, que está amando entrañablemente a Dios y a todos los hombres, a todos nosotros.

Estás en medio nuestro como un gran amigo.
Sostienes nuestras voces con tu voz silenciosa.
Es hermoso tenerte tan cerca en este instante
de oración y alegría que nos une a tu lado.

Lávanos bien el alma de egoísmo, Señor,
en tanto te rezamos con las manos unidas.
Haz que esta plegaria que nos das que te demos
nos haga más hermanos de verdad desde ahora.

Estás en medio nuestro sembrándonos tu vida,
tu reciente y eterna ternura transparente.
Todo cuanto ahora mismo cantamos todos juntos
es una lenta súplica de amor y de querencia.

Basta, Señor, de un mundo que se cierra a tu altura.
De unos hombres que sólo se miran con recelo.
De esta lágrima inmensa que es la tierra en que vamos
medio viviendo aprisa sin mirarte a los ojos.

Si algo tiene el Jueves Santo, es Misterio de amor y de ternura Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía Misterio de tu presencia que siempre permanecerá y estallará en el altar, Acompañamos hoy a Jesús en su oración después de la cena, ante el Padre: escuchamos el evangelio de San Marcos (14, 26-42)


Después de cenar, cantaron el himno, y salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo: «Todos os escandalizaréis, como está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».
Pedro le replicó: «Aunque todos caigan, yo no».
Jesús le dice: «En verdad te digo que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres».
Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y los demás decían lo mismo. Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar».
Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad».
Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».
Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle. Vuelve por tercera vez y les dice:
«Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega


También aquella noche, al llegar a la finca del monte de los Olivos, Jesús se prepara para la oración personal. Pero en esta ocasión sucede algo nuevo: parece que no quiere quedarse solo. Muchas veces Jesús se retiraba a un lugar apartado de la multitud e incluso de los discípulos, permaneciendo «en lugares solitarios» o subiendo «al monte», dice san Marcos. En Getsemaní, en cambio, invita a Pedro, Santiago y Juan a que estén más cerca. Son los discípulos que había llamado a estar con él en el monte de la Transfiguración . Esta cercanía de los tres durante la oración en Getsemaní es significativa. También aquella noche Jesús rezará al Padre «solo», porque su relación con él es totalmente única y singular: es la relación del Hijo Unigénito. Es más, se podría decir que, sobre todo aquella noche, nadie podía acercarse realmente al Hijo, que se presenta al Padre en su identidad absolutamente única, exclusiva. Sin embargo, Jesús, incluso llegando «solo» al lugar donde se detendrá a rezar, quiere que al menos tres discípulos no permanezcan lejos, en una relación más estrecha con él. Se trata de una cercanía espacial, una petición de solidaridad en el momento en que siente acercarse la muerte; pero es sobre todo una cercanía en la oración, para expresar, en cierta manera, la sintonía con él en el momento en que se dispone a cumplir hasta el fondo la voluntad del Padre; y es una invitación a todo discípulo a seguirlo en el camino de la cruz. El evangelista san Marcos narra: «Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a sentir espanto y angustia. Les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad”».

Las palabras de Jesús a los tres discípulos a quienes llamó a estar cerca de él durante la oración en Getsemaní revelan en qué medida experimenta miedo y angustia en aquella «Hora», experimenta la última profunda soledad precisamente mientras se está llevando a cabo el designio de Dios. En ese miedo y angustia de Jesús se recapitula todo el horror del hombre ante la propia muerte, la certeza de su inexorabilidad y la percepción del peso del mal que roza nuestra vida.

Queridos amigos, también nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo, de ser cristianos, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, nos proporcione un poco de luz en el camino de la vida.

Padre Nuestro…

Cenar con los amigos, abrirles el corazón sin miedo,
lavarles los pies con mimo y respeto,
hacerse pan tierno compartido y vino nuevo bebido.
Embriagarse de Dios, e invitar a todos a hacer lo mismo.
Visitar a los enfermos, cuidar a ancianos y niños,
dar de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos;
acoger a emigrantes y perdidos,e invitar a todos a hacer lo mismo.
Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita,
corregir al que se equivoca.
Consolar al triste, tener paciencia con las flaquezas del prójimo.
Pedir a Dios por amigos y enemigos,
e invitar a todos a hacer lo mismo.
Trabajar por la justicia, desvivirse en proyectos solidarios,
superar las limosnas.
Amar hasta el extremo, e invitar a todos a hacer lo mismo.
Ofrecer un vaso de agua, brindar una palabra de consuelo,
abrazar con todas nuestras fuerzas, denunciar leyes injustas,
salir de mi casa y círculo.
Construir una ciudad para todos, e invitar a todos a hacer lo mismo.
Un gesto solo, uno solo, desborda tu amor,
que se nos ofrece como manantial de vida.
Si nos dejamos alcanzar y lavar, todos quedamos limpios,
como niños recién bañados, para descansar en su regazo,
¡Lávame, Señor! ¡Lávanos, Señor!