Gracias mamá por enseñarme a rezar el rosario

Lo maravilloso del Santo Rosario no es la repetición de las avemarías, sino es la magnífica oportunidad que tenemos todos de experimentar en la fe ese amor a Dios en María Santísima, a la cual le había confiado esa misión salvífica.

La experiencia que guardo de mi hogar se centra en mis padres, quienes me enseñaron lo que soy y de forma muy especial esa manera de piedad popular, que hoy, delante de Dios, les agradezco. Mi madre, que Dios tenga en su gloria, siempre al caer la tarde tomaba entre sus manos la camándula e iniciaba sin detenerse, sin distraerse el rezo del santo rosario. Cuando empezó a notar que a mi me llamaba la atención al verla en este acto me enseñó. Lo mismo está haciendo el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica “El Rosario de la Virgen María” donde nos enseña con palabras llenas de mágica fe que hace despertar y recordar aquellos momentos cuando aprendimos a rezar el Santo Rosario. El mismo, sin ninguna intimidación, describe el rezo del santo rosario como su oración predilecta; plegaria maravillosa. Maravillosa en su sencillez y en su profundidad.

Cuando se es sacerdote y se ha enfrentado muchas batallas el Santo Rosario ha sido parte del armamento utilizado para ganar esas cruzadas que, de seguro, sin la magia de su meditación hubiese sido imposible. Me imagino, en este momento, a Santa Mónica de rodillas rezando el santo rosario por la conversión de su hijo Agustín. Oración que no es otra cosa que la meditación, en decenas, de los misterios vividos por María frente a su Hijo Salvador. Meditación que hace brotar, como agradecimiento, el Magnificad por la obra de la Encarnación en su seno virginal para hacer posible la salvación de todos…

Es una oración connatural a la gente sencilla que reconoce la elegancia de Dios para hacer nacer a Jesús, el Salvador del vientre inmaculado de la Virgen María. Por eso en cada decena de las avemarías se medita el sufrimiento, la lucha y el triunfo en ese caminar de Jesús por el camino de la vida, donde la Virgen estuvo presente y actuante para ayudarle a cumplir su misión salvadora. Mi madre solía decir, que el rosario era tan sagrado porque en el estaba todo Jesús y toda María. Por eso, hoy en día, se hace necesario, que el santo rosario ocupe ese espacio tan vivo en los hogares.

Rezar el santo rosario es, pues, un acto de fe y de piedad donde se meditan misterios de Gozo (Lunes y Sábados); de Luz (Los jueves); de Dolor (Martes y Viernes) y los de Gloria (Miércoles y Domingos). Es un acto de fe y piedad que se inicia con el ofrecimiento, la señal de la cruz, la recitación del Credo, el acto de contrición, el Gloria, las Tres Avemarías, de nuevo el Gloria, el anuncio del Primer misterio, Padre Nuestro, las Diez Avemarías, al final el Gloria, hacer las dos Jaculatorias, seguir con el otro misterio y al concluir al quinto misterio se rezan las letanías y la Salve, para concluir con la Señal de la Cruz.

Además, el recorrido espiritual del rosario nos va mostrando a Jesús, quien cargado del amor del Padre y en profunda oración, para que de El aprendamos aquellos afanes de la vida, aquellas peripecias de sus caminatas y la mano sanadora que hace que el enfermo se llene de fe y de esperanza. Ese rostro de Cristo, a través del Rosario, se va dibujando en el alma de quien lo rece para que ante ese dibujo divino se transforme en una persona nueva con capacidad de aceptar la pruebas de la vida.

Desearía dejar aquí, como recuerdo sublime de mi querida madre, una de las jaculatorias que más me impactó desde niño: “Oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”


Escrito del padre Marcelo, para leer el texto completo ir al enlace: https://es.catholic.net