Ante «los nubarrones que sobrevuelan nuestro mundo y nos invitan a quedarnos donde estamos», ante ese ir «tirando, aferrados a un realismo light, tratando de aparentar seguridad mientras nos consume la incertidumbre», parece que «sin darnos cuenta, nos hemos alejado del Quién que da sentido a nuestra vida». Así puede leerse en la carta pastoral para esta Cuaresma de 2025, titulada ‘Conviértete y cree en la Esperanza’, del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.
Una llamada a la Iglesia diocesana a ponerse en marcha hacia la Pascua que se presenta con tiempo para que fieles, parroquias, comunidades y realidades eclesiales puedan trabajarla con tiempo y así recorrer juntos el camino cuaresmal. Este tiempo, afirma el arzobispo de Madrid, «bien puede ser una respuesta concreta a la propuesta de convertirnos, quizá un poco más, a la Esperanza»
Pero en este año jubilar en el que el Papa Francisco invita a ser peregrinos de la Esperanza, «esta Cuaresma bien puede ser una respuesta concreta a la propuesta de convertirnos, quizá un poco más, a la Esperanza». Una Esperanza que «da seguridad y firmeza en medio de las tempestades de la vida» y que invita a dirigir la mirada a la Trinidad: a Dios Padre, que «siempre nos espera», que es paciente y que «nos acompaña entrañablemente en nuestros desesperos, fracasos y fragilidades»; a Jesús, el Hijo, que «nos convoca a una iniciar una peregrinación que solo se comprende desde la Resurrección, pues es la meta de toda Esperanza», y al Espíritu Santo, para dejar que «active en nosotros todas las disposiciones posibles para dejarnos renovar».
El arzobispo de Madrid advierte en su carta contra algunos pecados que obstruyen el acceso a la Esperanza. El primero, confundir la Esperanza con el optimismo: el optimista solo mira la parte positiva de la realidad, frente al esperanzado, que observa la totalidad, «sabiendo que la última palabra es de futuro y es de Dios». El esperanzado, además, hace un salto de fe como el de María o el de tantos que, «sin hacer pie, apoyan su vida en la promesa del Señor».
En el tramo final de la carta, el cardenal Cobo invita a preguntarse «con sinceridad y humildad en qué o en quién ponemos nuestra Esperanza». El encuentro con Jesucristo de los discípulos de Emaús lo transformó todo y ellos «aprenden poco a poco a poner sus pequeñas Esperanzas en la Esperanza del Resucitado». Él es, como decía el Papa Benedicto XVI, la «gran Esperanza».
Para finalizar, el arzobispo de Madrid propone tres caminos de conversión en esta Cuaresma. El primero, renovar el Bautismo, ahondando cada domingo cuaresmal en esta experiencia bautismal y preparándose para el gran momento celebrativo de la renovación de las promesas del Bautismo en el Vigilia Pascual. Todo ello, desde la perspectiva del laicado, poniendo en valor «lo específico de nuestra vocación de ser testigos del Evangelio en la vida cotidiana». «Así podremos vivir una vida de santidad en la vida ordinaria de cada día». Para todo esto, el cardenal Cobo propone fomentar la vida de oración constante en la Cuaresma, que puede incluir la práctica de la Lectio Divina; organizar catequesis y retiros para explicar el Bautismo, con testimonios «que fomenten el sentido de pertenencia y vinculación a la comunidad»; y diseñar un pequeño camino pascual donde, domingo tras domingo, se celebre y desgrane el Bautismo y «la llamada de Dios a las diversas vocaciones, haciendo especial atención a la laical».
En segundo lugar, propone ponerse «a los pies de los crucificados de nuestro entorno» con visitas a enfermos, asistencia a personas mayores con soledad no deseada, ayuda a los necesitados o escucha a las realidades que «necesitan cariño y atención». En este punto vuelve el arzobispo de Madrid a citar al Papa Benedicto XVI cuando decía que «sin Esperanza, la caridad se convierte en un acto vacío; sin caridad, la Esperanza se quedaría en mero deseo».
Por último, «hagamos de nuestros espacios de iglesia lugares para el encuentro», intensificando aquellos momentos que «visibilicen la pluralidad y la comunión». La Pasión de Jesucristo, defiende, «nos aleja del grito y del insulto, nos distancia de la burla y del sarcasmo y hace de barrera ante la descalificación sistemática, la falta de respeto y de caridad al prójimo». Así, incide en la posibilidad de «generar iniciativas interreligiosas, políticas, culturales o incluso facilitar la comunión entre la pluralidad de grupos, sensibilidades y tendencias eclesiales que pueden estar aisladas, alejadas o enfrentadas unas contra otras».