El Pontifice quiere recordar que “Cristo, nuestra paz”, aquel “que venció a la muerte y derribó el muro que separaba a los seres humanos (cf. Ef 2,14) es el Buen Pastor”.
“La paz tiene el aliento de lo eterno -dice el Papa-; mientras al mal se le grita ‘basta’, a la paz se le susurra ‘para siempre’. En este horizonte nos ha introducido el Resucitado”.
Y citando a San Agustín, recuerda su llamado a las comunidades a la paz: «Tened la paz, hermanos. Si queréis atraer a los demás hacia ella, sed los primeros en poseerla y retenerla. Arda en vosotros lo que poseéis para encender a los demás» (Sermón 357, 3).
Asi exhorta el Papa a toda la humanidad a abrazar la paz: “Ya sea que tengamos el don de la fe, o que nos parezca que no lo tenemos, queridos hermanos y hermanas, ¡abrámonos a la paz! Acojámosla y reconozcámosla, en vez de considerarla lejana e imposible. Antes de ser una meta, la paz es una presencia y un camino”.
El Papa además recuerda que hace 60 años, el Concilio Vaticano II se concluía con la conciencia de un diálogo urgente entre la Iglesia y el mundo contemporáneo: “Al reiterar el llamamiento de los Padres conciliares y estimando la vía del diálogo como la más eficaz a todos los niveles, constatamos cómo el ulterior avance tecnológico y la aplicación en ámbito militar de las inteligencias artificiales hayan radicalizado la tragedia de los conflictos armados”, dice.
En la tercera parte del mensaje el Pontífice hace referencia la bonda de Dios haciéndose niño, en la Encarnación, que “se manifiesta en el pesebre de Belén”.
Y hace un llamado a que “un servicio fundamental que las religiones deben prestar a la humanidad que sufre es vigilar el creciente intento de transformar incluso los pensamientos y las palabras en armas. Las grandes tradiciones espirituales, así como el recto uso de la razón, nos llevan a ir más allá de los lazos de sangre o étnicos, más allá de las fraternidades que sólo reconocen al que es semejante y rechazan al que es diferente”.
Y concluye anhelando que como fruto del Jubileo de la Esperanza que está finalizando, todos se puedan redescubrir como “peregrinos y a comenzar en sí mismos ese desarme del corazón, de la mente y de la vida al que Dios no tardará en responder cumpliendo sus promesa.
