Álvaro de Córdoba nació a mediados del siglo XIV, en Zamora. Perteneció a la noble familia Cardona. Entró en el convento dominico de San Pedro en Córdoba alrededor del año 1368. Fue un famoso y ardiente predicador y, con su ejemplo y sus obras, contribuyó a la reforma de la Orden iniciada por el Beato Raimundo de Capua.
En una peregrinación a Tierra Santa quedó impactado en el corazón por el doloroso camino del Calvario recorrido por nuestro el Señor. Deseoso de vivir una existencia en soledad y perfección, donde poder templar el espíritu para un apostolado más provechoso, con el favor del rey D. Juan II de Castilla, del que era su confesor, pudo fundar a tres millas de Córdoba el famoso y observante convento de Sto. Domingo Escalaceli (Escalera del Cielo), donde había varios oratorios que reproducían la “vía dolorosa”, por él venerada en Jerusalén.
Esta sagrada representación fue imitada en otros conventos, dando origen a la devoción tan bella del “Vía Crucis”, apreciadísima en la piedad cristiana. De noche, Álvaro de Córdoba se retiraba a una gruta distante del convento donde, a imitación de su Sto. Padre Domingo, oraba y se flagelaba. Con el tiempo, ésta se convirtió en meta de peregrinaciones para los fieles.
Álvaro de Córdoba poseía el don de profecía y obró milagros. Murió el 19 de febrero de 1430 y fue sepultado en su convento de Sto. Domingo Escalaceli. El Papa Benedicto XIV, aprobó su culto el 22 de septiembre de 1741.