Santa Zita de Lucca, la sierva no servil (27 abril)

El 27 de abril en Lucca (Toscana – Italia) toda la plaza del Anfiteatro y la que está frente a San Frediano se llenan de flores, una embriagadora mezcla de colores y olores en recuerdo de Zita, la santa patrona de la ciudad, cuyo cuerpo es custodiado y venerado en la hermosa iglesia de enfrente durante más de 900 años y cuyo nombre aparece en la Divina Comedia, en el Canto XXI, para identificar como oriundo de Lucca a “uno de los ancianos de Santa Zita”. La ciudad nunca ha dejado de celebrar esta santa, emblema de una santidad popular, accesible a todos: mujeres, campesinos, pobres, laicas y sirvientas.

Zita vivió entre 1218 y 1278, en el período de los movimientos populares medievales que en Toscana dieron vida a formas de gobierno “republicanas”, por lo que fue fácil combinar espontáneamente el culto de la muy querida Santa Faz, expresión de la ciudad aristocracia, con una devoción sencilla y conmovedora por la santa sierva. Zita viene del campo, como tantos campesinos pobres al servicio de los Faitinelli, una familia noble con un palacio que aún existe cerca de San Frediano. Su historia podría ser la de muchas jóvenes de todos los tiempos: trabajo infantil, maltrato, acoso, violencia, abuso sexual, riesgo de secuestro por parte de los ladrones de sirvientas para prostituir a las jóvenes…

En cambio, logra cambiar su destino gracias a su fuerza, su fe, sus noches de oración, sus ayunos para llevar su comida a los pobres, su valentía para desafiar las reglas y sus amos se convierten en sus… ¡protectores! No solo tras su muerte como acérrimos seguidores de su culto, sino también en vida, tanto que cuando descubrieron que otro sirviente intentó agredirlo sexualmente, la creyeron y lo despidieron.

Por supuesto, esta conversión también se produjo a través de algunos signos celestiales como el pan que no se quemó aunque se dejó en el horno por ayudar a un pobre, el agua transformada en vino para curar las heridas, un manto del maestro entregado a un mendigo que fue devuelto milagrosamente y, finalmente, el prodigio más difundido de la santidad femenina: un manto con comida para los mendigos que al abrirlo se presenta lleno de flores, en este caso de “frondas y narcisos”, bajo la mirada todavía enfadada de sus patrones.

Una santidad lejos de los estereotipos, una santidad femenina doméstica pero no confinada, la santidad de una sierva no servil. Zita, la pequeña sirvienta de Lucca, puede entonces considerarse la protectora plena de las empleadas del hogar y hoy la patrona de las cuidadoras, las mujeres fuertes y decididas que viven en nuestras casas haciendo el milagro del cuidado diario.

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Patrona de las sirvientas domésticas. Se le invoca también por las llaves perdidas.

Su familia era pobre pero muy devota. Su hermana mayor entró en el convento cisterciense y su tío era ermitaño con fama popular de santidad. No tuvo dinero y ni siquiera se sabe su apellido. Sin embargo, logró lo único que es necesario para que la vida sea un verdadero éxito: la santidad.

Para mantener a su familia, a los doce años de edad se hizo sirvienta de los Fatinelli, una familia rica de Lucca, y les sirvió el resto de su vida, por 48 años.

Desde pequeña demostró un gran amor para con todos, especialmente los pobres y abandonados. Esto no agradaba mucho a la familia Fatinelli. Pero el Señor intervino. En una ocasión, Zita fue a servir a un necesitado dejando momentáneamente su trabajo en la cocina. Otros sirvientes se lo dijeron a la familia Fatinelli, pero cuando ésta fue a la cocina a investigar encontró a ángeles haciendo su trabajo. Desde aquel día le permitieron mas libertad para servir a los pobres. No por eso cesaron las burlas y los ataques de los otros sirvientes.

Una vez que el hambre azotó la ciudad, Zita tenía la costumbre de repartir todo lo suyo, incluso su comida, con los pobres. Pero la necesidad era muy grande, por lo que repartió la despensa de granos de la familia con los pobres. Cuando la familia fue a investigar encontró la despensa repleta. Fueron muchos los incidentes milagrosos de su vida. En la víspera de Navidad, Zita encontró que en la puerta de la Iglesia de San Fredaino, un hombre que temblaba de frío. Ella tomó un valioso manto de la familia y se lo entregó, advirtiéndole que debía devolverlo después de la misa para que ella pudiese a su vez regresarlo a su dueño. Pero el hombre desapareció. Aquello fue demasiado para el Señor Fatinelli quién al próximo día montó en cólera contra Zita. Así estaba cuando un anciano vino a la puerta y devolvió el manto. La gente del pueblo interpretó que aquel anciano era un ángel, por lo que desde entonces la puerta de San Fredaino se llamó «El Portal del Angel».

Zita tenía particular devoción por los prisioneros condenados a muerte.
Murió a los 60 años e inmediatamente su culto se propagó especialmente en Palermo, Sicilia, otras partes de Italia e Inglaterra.
Su cuerpo se venera en la capilla de Santa Zita de la Iglesia de San Fredaino, en Lucca, Italia
Fue canonizada por S.S. León X el 5 de Septiembre de 1696.