Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Viernes XXVI del Tiempo Ordinario. Lucas 10, 13-16
Me gustaría contemplar este Evangelio con dos pequeñas consideraciones: recrimina el Señor a esas ciudades que no están abiertas a la fe, a descubrir la Presencia de Dios en la vida. Y a la vez presenta una profunda comunión entre el Padre, Él y aquellos a los que Él envía porque están realmente unidos con Él, y viven su tarea, su misión.
Creo que nuestra vida está llena, inundada de Dios. Pero a veces nos hacen falta ojos para ver. Como diría San Agustín, mirar con ojos distintos en nuestro interior.
Hoy es la fiesta de los Santos Ángeles. Hay una discusión teológica acerca de si son una mera figura simbólica que representa la cercanía de Dios, o son una realidad creada. Yo me inclino por lo segundo. Y veo en ellos el deseo de cercanía de Dios: Él nos envía su Ángel para que nos acompañe. Una señal más de su Presencia y cercanía, de su amor.
Nos hacen falta ojos para ver y sentir la Presencia de Aquel de quién brota la vida, la fuente de la paz. En el silencio podemos sentirle, palpable, tocarle. Esto es lo que reprocha a las ciudades: no se abren ante Él, a pesar de estar y habitar en ellas.
Sentirle a Él cerca es vivir la unión con Él, que desea estar unido con nosotros. Vivir esa Presencia es vivir la comunión.
Qué en el silencio le pidamos capacidad para sentirle, abrirnos a Él, y vivir unidos con Él. Enviados por Él.
José Luis, vuestro Párroco