El mundo de las prisiones es pequeño, con dificultades, pero también con esperanza. En él, la Iglesia se hace presente para acompañar y anunciar un futuro con libertad.
Ellos no son distintos de nosotros. Nadie está libre de no acabar en prisión. Pero hay personas que ya nacen en entornos donde la violencia, la marginación, la prostitución, o la droga es su realidad.
Quienes viven en la cárcel no necesitan más juicios. Necesitan más ayuda, más compañía, más cercanía. Necesitan la buena noticia, que se hace visible cada semana con centenares de voluntarios, sacerdotes y laicos. Ellos también entran en la cárcel, pero para llevar la gran esperanza que trae Jesucristo de la liberación del pecado y de la muerte . Y también están en el momento de volver a la calle, para ofrecer caminos de acogida, de inserción y de acceso al mundo laboral.
Este compromiso de la Iglesia brota desde sus orígenes con un mandato explícito del Señor: “Estuve enfermo o en la cárcel y me visitasteis”.
Para la Iglesia no solo se trata de acompañar a las personas que están en prisión. Se trata de mostrarles un futuro con esperanza. Se trata de que recuperen, además de la libertad, la dignidad.
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