De cada cinco personas que vivimos en España, una ha venido de fuera. Ellos, los migrantes, han transformado la sociedad española, y por tanto, también nuestras diócesis, parroquias y comunidades eclesiales.
La gran mayoría lleva más de diez años con nosotros y se encuentra fuertemente arraigada en nuestro país. Incorporándose a nuestro esfuerzo, suman una aportación valiosa y necesaria de la que dependemos.
Pero este arraigo en nuestra sociedad y su contribución no siempre se corresponde con una equiparación socioeconómica como la obtenida por la población autóctona. Las personas migradas sufren mayores índices de desempleo o subempleo, acceden con más trabas a las políticas sociales y sufren mayor vulnerabilidad social…
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