Vivimos un mundo lleno de ruido. Gente que corre de un lugar para otro, siempre con prisas, siempre tarde. Pero en este mundo, también existe un lugar donde la paz y el silencio son una forma de vida.
Los monasterios de clausura, hogar de monjas y monjes contemplativos, son espacios privilegiados para la oración y la reflexión.
Estos hombres y mujeres dedican sus vidas a la contemplación del rostro de Dios, pasando gran parte de su tiempo en oración, meditación y estudio.
Además de sus oraciones, su labor diaria incluye el trabajo manual, que realizan con amor y dedicación, ofreciendo cada tarea como una forma de servicio a Dios y al lugar en el que viven.
Su vida está marcada por la simplicidad y la entrega generosa a Dios, renunciando a las distracciones del mundo exterior para centrarse en su relación con Él.
A través de la lectura espiritual y la escritura, enriquecen su fe y comparten su sabiduría con el resto del mundo.
Su existencia, aunque silenciosa y apartada, es un faro de luz y esperanza. Sus oraciones diarias son un punto de apoyo fundamental para la misión de la Iglesia y de los cristianos.
En la quietud de sus monasterios, los monjes y monjas de clausura interceden por el mundo, ofreciendo cada momento de su día como un acto de amor y servicio a Dios y a toda la humanidad.
En su retiro, encuentran la paz verdadera y nos recuerdan que, en el silencio, también se escucha la voz de Dios.
La Vida contemplativa, un regalo de Dios para la Iglesia y para el mundo.
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