Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Jueves de la XIX semana del Tiempo Ordinario (Ciclo B).
Día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de María.
Lecturas: Lc 1, 39-56.
Hoy el Evangelista nos invita a contemplar a estas dos mujeres, reflejo ejemplar de dos creyentes, dos personas que se dejan moldear por Dios.
Ambas, también, son reflejo de cómo es nuestro Dios.
Isabel alaba a Dios y a María, no se queda en centrarse en ella. Sabe «ver», contemplar a Maria por su apertura a Dios.
Y María ante la alabanza de su prima, nos hace ver que el importante es Dios, cómo Él actúa salvando. Y salva a los más débiles y humildes.
Ambas nos remiten a la actuación y obra de Dios en la vida.
Hoy, creo, deberíamos leer despacio este Evangelio, y fijarnos en Isabel, y mucho más en María, de la que celebramos su total salvación: su Asunción, su plena y total salvación («en cuerpo y alma», como dice el dogma)
También deberíamos contemplar a nuestro Dios: tanto ama al mundo, que se hace uno de nosotros en Aquel que se está gestando en María. Isabel nos lo recuerda.
Y Dios, como oímos en boca de María, levanta al desvalido, y libera al que sufre. Es el Dios de la Misericordia.
José Luis, vuestro Párroco