Para leer el Evangelio: martes 8 diciembre 2020

Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.

La Inmaculada Concepción de la Virgen María.  Lucas 1, 26-38

Como todo el Evangelio, un texto para contemplar e introducirnos en la escena.
No tiene lugar en un templo, ni está acompañado de grandes acontecimientos: parece que ocurre en el hogar de María o, al menos, en su quehacer cotidiano (¿iría a por agua, estaría trabajando en el campo, cuidando algún animal…?), en un lugar recóndito de Israel (Nazaret nunca aparece en toda la Escritura hasta ese momento; de hecho parece que es una aldeucha con mala fama)
Y, además, los protagonistas son dos: un enviado por Dios, el Ángel (no el mismo Dios), y una jovencita, María, que al principio parece atontada por las palabras de Gabriel.
Sería bueno imaginar la escena, y meternos en ella: Dios que desea la salvación de todo el género humano, de toda la creación, y da el primer paso, pidiendo permiso a la creatura. Y siempre acompañada por el «no temas».
María, la creatura, la mujer que acoge y acepta la voluntad de Dios (y no solo ahora: toda su vida será esa búsqueda de la voluntad de Dios, aunque muchas veces no entienda, y tenga que guardar esas cosas en su corazón). Eso significa esta verdad, Inmaculada Concepción de María: desde el inicio de su vida, esta mujer buscó y vivió la voluntad de Dios, colaboró con Él en la construcción del Reino como nadie.
Hoy podemos contemplar el diálogo entre María y Gabriel, descubrir una vez más la grandeza de María, y pedir a Dios ser como ella, acoger su Presencia en nosotros, vivir la búsqueda de la voluntad de Dios.

José Luis, vuestro Párroco