Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Viernes II del Tiempo de Adviento. Mateo 11, 16-19
Los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.
Creo que una experiencia humana muy común es el vivir con personas que hagas lo que hagas, están en desacuerdo contigo. Además es mucho más frecuente de lo que podemos pensar, creo yo…
¿Quién no nos hemos encontrado con el oponente por excelencia? O tal vez, a veces, hemos sido nosotros mismos. «Dime de qué se trata, que me opongo»
Cuando no queremos acoger a alguien, por lo que sea, el recurso a la oposición es de lo más recurrido. Oposición razonada, o visceral, pero movida por el deseo de decir que no.
Y esto es lo que le pasó a Jesús: un grupo grande de personas de su tiempo se opondrán a Él, igual que se opusieron al Bautista.
Pero, por encima de esta experiencia, me gustaría hoy contemplar «la sabiduría de Dios», como acaba hoy el Evangelio.
Hoy se nos convoca a contemplar cómo Dios crea al mundo, le va acompañado con su Espíritu en toda su historia, y al final, se hace uno más, uno como nosotros, y sigue viniendo, día a día, acontecimiento tras acontecimiento.
Todo nuestro acontecer es una profunda efusión de la sabiduría de Dios. Tendríamos que pedirle esa sabiduría para sentir la perenne efusión de su Presencia. Esta es la sabiduría del Señor: su Presencia real en toda nuestra historia. Presencia que nos invita a tener un determinado estilo y talante en nuestra vida personal. Presencia de Dios.
Os invito hoy a hacer silencio, y contemplar esa sabiduría, esa Presencia real del Señor. Y a pedirle capacidad de acogida.
José Luis, vuestro Párroco