El 18 de diciembre comienza la última semana de Adviento, que la Iglesia llama la Semana de la Expectación de Nuestra Señora. Estamos a solo una semana del nacimiento de Nuestro Señor, y la Iglesia imagina el júbilo y la esperanza de Nuestra Señora en espera de su parto.
En aquella ocasión Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo desde entonces pendiente de esta promesa. Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos, todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este ambiente de expectación toma la Iglesia las expresiones anhelantes, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la «nueva Natividad» del salvador Jesús.
En el punto culminante de esta expectación se halla la Santísima Virgen María. Todas aquellas esperanzas culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno el verdadero Hijo de Dios.
Sobre Ella se ciernen los vaticinios antiguos, en concreto los de Isaías; Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor. La invoca sin cesar la Iglesia en el devotísimo tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.
María presenta para el cristiano de hoy la posición que éste debe mantener, máxime en estos días: esperar la venida del Señor. Que Él se incorpore más y más en nosotros, donec formetur Christus in nobis, y que un día, lejano o próximo ya, venga a buscarnos para unirnos definitivamente con Él. El cristiano debe esperar al Señor, donec veniat, hasta que venga para aquel abrazo de unión indisoluble y eterna. Toda la vida del cristiano es una expectación. El modelo de ésta lo ofrece María.
Debemos pedirle a Nuestra Señora que obtenga de su Hijo Jesús, que tenga una acción cada vez más triunfante e invencible para volver a implantar Su Reino en la tierra – con María, en María y a través de María. Esperemos pues que esta Navidad, aumente nuestra esperanza de que esto suceda.