Hace más de un año, tuve la gracia de poder compartir en una parroquia en Nicaragua, muy hermosa, y Después de celebrar la eucaristía, me pareció muy conmovedor y algo poco habitual en mi país, que una pareja de esposos llevaron a su hija frente al altar. Le entregaron la niña al sacerdote, y la presentaron ante el pueblo. A continuación, el sacerdote la elevó hacia la cruz,
presentándola ante Dios. Fue muy conmovedor, e indescriptible la belleza de ese momento. Entonces me puse a meditar cuál era la importancia de este acto de presentación ante el Señor, y cómo yo podía también aún, y ya no siendo un niño, presentarme ante él. Y de esa pequeña reflexión les quiero contar.