Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miércoles IV del Tiempo de Adviento. Lucas 1, 57-66
Me gustaría quedarme hoy en dos frases de este pasaje evangélico: «Dios le había hecho una gran misericordia» y «la mano de Dios estaba con él»
A veces tal vez estamos «maleducados» con respecto de la fe. Me acuerdo que siendo un crío de unos trece o catorce años tuvimos una charla cuaresmal; el sacerdote que la dirigía nos propuso que Dios era como un supermercado al que podiamos ir a pedir cosas. Seguramente en su contexto, tendría razón (ahora que lo pienso caigo en la cuenta de que quería irnos indicando la confianza que podemos tener con nuestro Padre, al cual exponer nuestra vida), pero lo entendi mal, y me quedé con esa idea del supermercado: a Dios se le piden cosas.
Dios no deja de hacernos misericordias: nos acompaña, nos rodea con su amor, nos llena si nos dejamos llenar, nos da una seguridad que nada en la vida nos puede dar (aunque no le podamos contabilizar ni manipular). La misericordia de Dios es llenarnos con su amor, es sentirnos amados y plenos por Él.
A Isabel la llenó; ella es símbolo del resto de Israel: los que ponen su corazón en el Señor, y encuentran en Él su gran riqueza y fuerza, los pobres de Dios. Por eso Dios la colma. Por eso, Dios nos puede colmar y llenar.
«La mano de Dios estaba con él», con Juan, el niño que nace y dedicará toda su vida a Dios. Y por esto, su vida tendrá un sentido: dedicado para Dios.
Al contemplar hoy este Evangelio, podemos pedir a Dios que nos llene con su misericordia, que vivamos unidos con Él, que , en medio de nuestra vida: casados, solteros, laicos, sacerdotes, jóvenes, mayores, nos dediquemos a Él.
José Luis, vuestro Párroco