Beata Rafaela Ybarra (23 febrero)

Nació en Bilbao el 16 de enero de 1843. Su familia, de clase  acomodada, le proporcionó una educación amplia y esmerada.

Era de carácter vital, dulce y afable. Su educación cristiana y amabilidad natural favorecieron el crecimiento de su piedad religiosa y la compasión por los necesitados que siempre la caracterizaron, y que se  transformó a lo largo de su vida en amor generoso a cuantos tuvieron la suerte de conocerla y necesitarla.

Madre de Familia
A los 18 años se casó con José Vilallonga, ingeniero catalán, que con el tiempo sería uno de los principales impulsores de los Altos Hornos de Vizcaya. La pareja fijó su residencia en Bilbao, en una finca llamada La Cava.

Fue un matrimonio feliz y fecundo. Tuvieron siete hijos, dos de ellos muertos en temprana edad. A la muerte de una hermana de Rafaela se hicieron cargo de cinco sobrinos a los que ella amó y educó como a sus propios hijos.

En los primeros años de su matrimonio Rafaela vivió conforme a los usos de su condición social: paseos, cenas, teatros, relaciones sociales… Todo ello junto a unas prácticas de vida cristiana cada vez más frecuentes y comprometidas. Muy pronto es en éstas donde encontrará el sentido de su vida, mientras que las primeras le resultarán  superficiales y carentes de interés.

Por el camino de la Fe
Los años pasaban y los acontecimientos de su vida se sucedían; la fe y entrega a Dios de Rafaela se acrecentaba en todos ellos. Su amor a Jesucristo y el trato íntimo con Él, sobre todo en la oración y la Eucaristía eran cada vez mas intensos.

Como consecuencia de su profundo amor a Dios se entregó a remediar las necesidades de muchas personas que acudían a ella sabedoras de su bondad; incluso se anticipaba cuando sabía que alguien la necesitaba. Era proverbial su paciencia y solicitud con los enfermos.

En sus numerosos Escritos espirituales, que inició por indicación de sus Directores,  se narran sus experiencias de Dios y expresan admirablemente como conciliaba esta intimidad divina con la entrega a su numerosa familia y a remediar las necesidades de los pobres.

Caridad Efectiva
Era la suya una caridad inteligente, que no se conformaba con remediar las necesidades inmediatas, si no que, además, promovía numerosas iniciativas sociales orientadas a paliar las carencias asistenciales de su época. Decía: “Las personas pasan pero las Obras permanecen”.

Impulsó la creación de la Maternidad de Bilbao, el establecimiento en la capital de las Hnas. de María Inmaculada para atender a las  jóvenes  del servicio  doméstico, y de las RR. Adoratrices; participó en la creación de la Universidad de Deusto, y, entre otras actividades, pertenecía a una Asociación llamada Junta de Obras de celo dedicada a ayudar a  muchachas necesitadas de trabajo y orientación en la que participaba activamente. Fue en este apostolado y visitando cárceles y hospitales, donde observó las penas y dificultades que tenían las jóvenes pobres para salvaguardar su dignidad y salir adelante en la dura sociedad industrial bilbaína.

Con la fuerza del AMOR
Se despertó en Rafaela una vocación especial a favor de estas jóvenes. Dedicó todos sus afanes y energías a crear las condiciones para que, las que tenían mayor riesgo de exclusión social, preferentemente, encontraran siempre cariño, acogida y protección hasta   establecerse o encontrar un trabajo digno. Alquiló varios pisos, montó unos talleres y organizó la vida de las jóvenes alternando trabajo y formación. Con la ayuda de algunas personas voluntarias y otras asalariadas empezó a orientar y acompañar a estas muchachas.

Su amor por las jóvenes, reflejado en un trato lleno de interés, dulzura y simpatía naturales, se ganaba la confianza de estas chicas que no tardaron en llamarla “madre” en un reconocimiento espontáneo y sincero a sus desvelos, cariño y trato exquisito. Rafaela supo imprimir a su pedagogía la clave de la maternidad; no en vano ella fue madre en todos los sentidos.

En la casa del PADRE
Quebrantada su salud por una grave enfermedad, Rafaela falleció el 23 de febrero de 1900 en medio del cariño y veneración de familiares, religiosas y jóvenes, tenía 57 años. Su muerte causó gran consternación en cuantas personas la conocían y fue un triste acontecimiento en la ciudad de Bilbao.

La Fundación siguió adelante con la ayuda de Dios y alentada por el espíritu de Rafaela. Otras muchas jóvenes siguieron sus pasos y hoy esta Congregación se extiende por España y América latina.

FUNDACIÓN BEATA RAFAELA YBARRA DE VILALLONGA: la asociación de la alegría