Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Domingo de la Divina Misericordia – II de Pascua.
Lecturas: Hch 2, 46-47, Sal 117, 1 Pe 1, 3-9, Jn 20, 19-31.
Es sorprendente la actitud de Jesús: encerrados por miedo, los discípulos perciben y sienten la presencia del Señor. Le ven. Están con Él. Y el Señor no les echa en cara su traición y su pobreza, simplemente les desea la paz. La paz bíblica que es mucho más que la ausencia de guerra o violencia, es la armonía en todas las facetas de la vida. Es vivir y caminar inmersos en los deseos de Dios. Con todo lo que ello conlleva.
Hoy se nos convoca a contemplar así al Señor: contemplar ese ser de nuestro Dios: el deseo profundo de paz en todo el ser humano, en toda la creación.
Lucas en el libro de los Hechos da un atisbo de ese deseo concretándolo en como vivían los primeros cristianos: la vida en comunión profunda, la vida abierta a Dios.
Pedro en su carta nos recuerda la esperanza a la que somos llamados en Jesús Resucitado: vivir la propia vida de Dios.
Juan cuándo insiste en el primer día de la semana dos veces (acordáos, a los ‘ocho días…»), nos sugiere el inicio de una nueva creación: Dios nos renueva y hace en nosotros una nueva creación en Jesús Resucitado, Dios mismo, cuyo solo deseo es que el ser humano viva la paz, la armonía que brotan de Él, de su amor.
Hoy se nos llama por tanto a visualizar este pasaje, a dedicar un rato a estar con Dios (como con aquellos, está también con nosotros) y a sentir su deseo de paz, su amor, a aquellos discípulos, y a cada uno de nosotros. Estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco