Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Domingo semana III del Tiempo de Pascua.
Lecturas: Hch 3, 23-15.17-19, Sal 4, 1 Jn 2, 1-5, Lc 24, 35-48
El ser humano tiene, tenemos, como condición la corporeidad. Nos hace falta un cuerpo para ser. No somos fantasmas ni imaginaciones, ni intuiciones.
Creo que es un error el culto al cuerpo (no quiero pensar cómo lo pasan algunas personas cuando por el paso de los años ve que la estética de su cuerpo va en declive) Pero también creo que es un tremendo error el desprecio y el cuidado del cuerpo. Dios nos ha hecho personas en un espíritu encarnado, o en un cuerpo espiritualizado.
Jesús hoy se manifiesta en un cuerpo. Un cuerpo diferente, se pone en medio de ellos, «pasando» por el obstáculo de las puertas cerradas. El Resucitado es el mismo que el Crucificado, y que Aquel que caminaba entre los caminos e iba con ellos. El Cristo de la fe es el mismo que el Jesús de la historia, que el hombre material. Es el mismo glorificado.
Y señala un gesto que lo confirma: parece que este hombre solo piensa en comer. Pero las comidas de Jesús van mucho más allá que la mera alimentación: son realmente un sentarse y compartir la vida, un compartir en el amor.
Hoy por ello al contemplar este Evangelio se nos llama primero a visualizar y vivir este pasaje, y lo segundo a desear hacer en la vida, en esta vida, aquello que hacía Jesús: vivir y compartir la Vida. Vivir el amor.
Vivir como Jesús vale la pena: el Padre resucitando al Hijo de entre los muertos, valida la forma y ser del Maestro, sabiendo que como Él somos llamados a sembrar vida.
Vivamos con Él.
Un fuerte abrazo
José Luis, vuestro Párroco