La vocación profética de San Juan Bautista está rodeada, desde el vientre materno, de eventos extraordinarios que preparan el nacimiento de Jesús. El Evangelio relata que su madre había recibido la visita de María, quien a su vez ya estaba en espera de Jesús, y que Juan exultó de alegría en el seno materno ante la voz de María.
Isabel era estéril y ya anciana. Había sido el arcángel Gabriel quien le había anunciado a su marido Zacarías, el nacimiento de un hijo.
“Voz de uno que grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos!”. Juan Bautista se definía así a sí mismo y su misión. Un día, a orillas del río Jordán, se produce el encuentro con el mismo Mesías que le pide ser bautizado él también. Es un bautismo de penitencia el que realiza Juan y que es figura del Bautismo según el Espíritu. Y después de haber bautizado al Salvador revelaba: “Ahora mi alegría es completa. Él debe crecer y yo, en cambio, disminuir”. Había cumplido su misión.
Juan Bautista ama la verdad y por esto muere decapitado en prisión. Lo había hecho arrestar el Rey Herodes a causa de su esposa Herodías, viuda de su hermano Felipe. En efecto Juan, le había recordado que era ilícito estar con la mujer de su hermano. Herodes, reconociendo en él a un hombre justo, no habría querido mandarlo a matar. Pero Herodías tuvo las de ganar, convenciendo a la hija Salomé para que pidiera, como premio por su danza en un banquete, la cabeza del Bautista.
Lecturas de la eucaristía de la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista en la web del Arzobispado:
https://www.archimadrid.org/index.php/oracion-y-liturgia/busquedas-de-lecturas
Lectura de Maitines de 24 de junio: “de los sermones de San Agustín, obispo”.
La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo, y sacar provecho de él.
Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la palabra eterna desde el principio.