Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Miércoles semana XXIII del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Mt 1,1- 16. 18-23.
Día 8 de septiembre, la Natividad, el nacimiento, de María.
Me gustaría hoy fijarme en el sueño de José.
Esté buen hombre siempre me ha admirado, la verdad.
Tener toda su vida orientada, como buen judío, y de pronto, todo al revés. Me gusta el adjetivo que utiliza Lucas cuando se refiere a José: un hombre justo. En la Biblia, un hombre bueno, honesto, santo.
Y, efectivamente, dada su condición de varón y judío, su actuación es totalmente diferente de cómo se tendría que esperar: en una sociedad machista, y machista de verdad, se esperaría una fuerte «venganza», disfrazada de justicia: una muerte cruel por apedreamiento o lapidación. En cambio este hombre está pensando cómo hacer para que María no sufra ningún mal.
Eso, lo primero; pero después viene la docilidad y la apertura a la palabra de Dios: cambia sus planes de vida para acoger al que viene. Y cambia total y radicalmente.
Hoy celebramos el nacimiento de María. Calculo que ella, igual que José, tendría que haber cambiado mucho su proyecto de vida al dejar a Dios irrumpir en ella. El nacimiento de la persona que más hondamente ha vivido la presencia y voluntad de Dios en su vida.
Hoy sería bueno leer esta parte del Evangelio, el sueño de San José, y admirar la apertura de este hombre. Pedirle a Dios ir siendo como este gran modelo, ejemplar por su confianza, bondad y disponibilidad. Admirar también a María, que se compromete y se arriesga a ser lapidada por su apertura a Dios. Y pedirle al Señor ir siendo como ellos, sentirle muy presente en nuestra vida.
José Luis, vuestro Párroco