Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Lunes semana XXV del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Lc 8, 16-18.
Me gustaría quedarme con dos ideas propias de este texto: se pone la luz sobre el candelero para que alumbre…y nada hay oculto que no se llegue a conocer…
Me gusta sentir la idea de que somos cada uno conocidos por el Señor. Nuestros más ocultos sentimientos y pensamientos, nuestros anhelos más profundos, Dios los conoce profundamente. Nos conoce y nos ama. Cuando somos conocidos, podemos sentirnos desarmados. Que la otra persona conozca nuestros sentimientos y nuestros puntos débiles nos puede dar impresión de flaqueza: el otro sabe bien donde atacarnos, si le hiciera falta.
En el caso de Dios, todo cambia: Él nos ama intensamente, y hasta aquello débil y frágil de nuestra vida, Él es capaz de proteger y de cuidar. Dios nunca supone una amenaza, sino una seguridad: nada malo puede venir de Él.
Llenarnos de Él, de su amor sin límites, para ser luz y alumbrar a todos aquellos que nos rodean, o en un lenguaje más clásico, ser testigos de Él, de su amor. Como también dice este texto evangélico, ponerlo sobre el candelero. Vivir su amor, hacia dentro, y hacia fuera. Ser luz.
José Luis, vuestro Párroco